Vitamina madre

Las madres se empeñan en que comamos fruta.
Las madres se empeñan en que comamos fruta.
Antonio García / Bykofoto

Uno, de niño, arrastra unas expectativas en el hacerse mayor que no se cumplen.

 Es un proceso. Y en esas se llega perfectamente a la treintena arrastrando vicios y caprichitos que ya tenías a los diez años. A mí me pasa con el pescado, que lo he podido comer pero nunca para celebrar nada. Imagínese el verano que fuimos a Almería y, tras más de siete horas conduciendo para llegar a un desierto con playa, tras despegarme del asiento descubrí que en los restaurantes de la zona es costumbre presentarte el pescado crudo antes de cocinarlo. Como un homenaje al que yo hubiera respondido: «Pero llévese eso de aquí, por favor». Luego está la pereza, que es algo que E. arrastra para comer fruta, así que yo en casa intento ir dejándosela cortada y pelada en tupers por la nevera para ver si así la prueba. Eso es algo que, por un error de cálculo, le comenté yo a mi madre en una de nuestras visitas a Casetas. Cuestión que generó en ella una suerte de cortocircuito en esa placenta invisible y eterna que conecta a las madres con su descendencia, en un razonamiento que la llevó a pensar que si E. no come fruta, yo tampoco la comería.

Un pesar que hace apenas unos días cobró su mayor dimensión cuando se nos ocurrió ir a Zaragoza en coche, por lo que ella dedujo que, al llevar maletero, había espacio suficiente para darnos algo de fruta. En concreto, porque lo he mirado, el maletero de nuestro coche tiene una capacidad de 325 litros; dato que he de entender que ella también conocía porque cuando nos marchábamos, la bolsa donde íbamos a llevar una tortilla para cenar pesaba más de la cuenta. Advertí entonces que la bolsa verde de la cena incluía, como un marsupial, otra transparente donde un compendio de melocotones y paraguayos se apilaban tan apretados, que ni los pasajeros del Tranvía en Pilares. En el coche, distribuimos la fruta de tal forma que el peso fuera compensado, evitando así posibles vuelcos en carretera. Un trayecto en el que no pocas veces nos planteamos desviarnos a una nacional y sacarnos unos eurillos vendiendo fruta en la entrada de algún pueblo. Pero no. Preferimos llegar a Madrid, con cuidado porque la comunidad no deja subir mercancía pesada en los ascensores, y acomodar la fruta en la nevera; testigo de un amor sano, vitamínico y seguramente, irrepetible.

@juanmaefe

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