El ecuador festivo de un verano normal

Un momento del ensayo público de los Danzantes de Huesca.
Un momento del ensayo público de los Danzantes de Huesca.
Verónica Lacasa / HERALDO

La temporada festiva veraniega llega esta semana a su punto de ebullición con el ecuador febril y bullicioso que forman San Lorenzo, San Roque y la Virgen de Agosto.

 Olas de calor y anuncios de restricciones energéticas aparte, este es un verano como tienen que ser los veranos, como habían sido siempre, con su ciclo de fiestas populares por todo el territorio, desde las grandes ciudades a los pueblos más pequeños. Las muertes en soledad, las largas estancias en la uci y el aislamiento de los ancianos han sido el peor peaje de dos años de pandemia. Pero, justo por detrás, para mucha gente la suspensión de las fiestas ha supuesto un mazazo, un hilo de tristeza, un signo demasiado evidente del apagón social y vital que nos impuso la covid. Ahora las fiestas ya están de vuelta y con ellas queda patente que se restablece la normalidad, que la enfermedad ha sido vencida -o suficientemente debilitada-, aunque hayan surgido otras anomalías. Así es la vida, lo normal es que nos dé sorpresas. La fiesta, que da lugar a desbordamientos a veces excesivos, que junta masas en las que lo individual parece disolverse en lo colectivo, encuentra su cauce y su orden -dentro del desbarajuste- en las tradiciones. En una sociedad que en algunas facetas experimenta cambios continuos y acelerados, la tradición y la fiesta pueden constituir un ancla que liga a la gente con una cierta identidad. El alcalde de Huesca, Luis Felipe, entrevistado el domingo para HERALDO por Isabel García Macías, decía que las fiestas son «la tarjeta de presentación» de una ciudad. No es mala definición. Ojalá que esa tarjeta deje siempre de nuestros pueblos y ciudades una buena impresión.

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