La fama de Martincho

Martincho, en uno de los grabados de Goya.
Martincho, en uno de los grabados de Goya.
HERALDO

Una de las singularidades del presente, incluso de este presente tórrido de agosto, es su exclusiva capacidad para establecer diálogos entre el pasado y el futuro. 

Aunque se trata de una conexión de apariencia solemne, a veces está trufada de trampas porque del tiempo se dice que es burlón y propenso a la travesura. Uno se deja por ejemplo un frasco de cristal perdido o medio enterrado en el campo y más de un siglo más tarde varios expertos creen ver en él antiguos caracteres griegos, lo que merece además un estudio pormenorizado, como ha ocurrido en el yacimiento romano de Los Bañales. Eso hay que asumirlo con la deportividad que implica el espíritu juguetón del Padre Tiempo.

Debe andarse con cautela por el pasado y no es posible fiarse del futuro y sus vericuetos, pese a que son muchos los que, hoy como ayer, se empeñan en erigirse en sus augures. Incluso la prospectiva es una ciencia noble pero precaria, que sirve por igual para decepciones y para alivios.

Hay quien vislumbra la posteridad como un lugar al que pasar y en el que permanecer como si en ello se encerrara, paradójicamente, una suerte de triunfo del presente. Pero si el tiempo puede llegar a parecernos travieso, el destino pasa por caprichoso y resulta inútil entretenerse en cálculos sobre el discurrir de la fama.

Cabe preguntarse por ejemplo qué habría sido de la primera figura reconocida de la historia del toreo, aquel legendario Martincho nacido en Farasdués, si entre el público no hubiera estado Francisco de Goya, que fue muy joven a verle en la inauguración de la actual plaza de la Misericordia de Zaragoza, pudo admirar luego sus «locuras» -como él las llamó- ante los toros en Madrid y años después lo hizo protagonista de algunos de sus aguafuertes. Es cierto que la popularidad de Martincho en el siglo XVIII fue extraordinaria y por ello también lo cita Nicolás Fernández de Moratín. Pero sin un brillante testigo como Goya, cautivado por aquellas cabriolas con las que deleitaba a toda la afición, hoy apenas nos quedaría nada de su celebridad.

Este próximo 10 de agosto se cumplen precisamente 250 años de la muerte de Martincho en Ejea de los Caballeros. Y, gracias a Goya y al juego incierto de la fama y el tiempo, aquí consta su recuerdo.

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