Que un barco cargado de maíz se haga a la mar no debería ser noticia.

 Seguramente son centenares o miles los viajes que barcos de todo el mundo realizan cada año para transportar alimentos. A fin de cuentas, por más que nos guste ensalzar las virtudes de los productos ‘de proximidad’ e incluso los llamados de ‘kilómetro cero’, lo cierto es que el comercio global ha sido durante decenios un elemento clave de la seguridad alimentaria. Y habrá de seguir siéndolo, si es que queremos que coma todo el mundo, todos los días y a un precio razonable. Pero el viaje del Razoni, que ayer zarpó desde el puerto ucraniano de Odesa llevando en sus bodegas veintiséis mil toneladas de maíz, es todo un logro. Un tanto que se apuntan los oficios diplomáticos del presidente turco, Erdogan, y del secretario general de la ONU, Guterres. Y que demuestra que incluso en medio de la guerra son posibles los gestos de buena voluntad; un rasgo de humanidad en favor de la humanidad. Si bien es verdad que tanto a Rusia como a Ucrania les interesa reanudar sus exportaciones de cereales, lo importante es que son muchas las bocas que pueden eludir el hambre gracias este viaje. Veamos pues la travesía del Razoni como un soplo de esperanza. Ojalá que llegue a su destino y que le sigan muchos otros barcos. Aunque advierten los conocedores de los mercados mundiales que el final del bloqueo de Ucrania no bastará para normalizar los precios de los alimentos. Se suceden malas cosechas -por condiciones meteorológicas desfavorables- y los altos precios del combustible y los fertilizantes lastran el trabajo de los agricultores.