Hotel con prisa

Hotel con prisa
Hotel con prisa
Pixabay

Los deseos más sencillos se complican. Por ejemplo, no madrugar en vacaciones. 

Se respeta la máxima de que, si se va de mochileros como nos fuimos nosotros, se ha de intuir una necesidad del madrugón para descubrir mundo. Más allá de que eso pueda ser un error, llevo un tiempo advirtiendo un fenómeno doloroso para el viajero: las horas de entrada y salida de los alojamientos vacacionales. Si aquello del ‘check-in’ a las 12 del mediodía ya parece un sueño lejano, se le une ahora el ‘check-out’ para que te tengas que ir a las 11 o, como nos ha pasado en la mayoría de los sitios en Reino Unido, a las 10 de la mañana. A este paso, si hoteles, hostales y apartamentos siguen recortando el horario de entrada y salida, podríamos llegar al momento en que pernoctar se convierta directamente en eso: pagar por una cabezada de 8 horas y largando del lugar estilo camas calientes para que llegue el siguiente huésped.

Es curioso que mientras los precios de estos establecimientos no han sufrido un recorte en los últimos años, los clientes sí hemos ido padeciendo una pronunciada rebaja en las horas durante las que podemos disfrutar de nuestra habitación. Ello unido a protestas de los trabajadores del sector, que no pocas veces han denunciado salarios miserables para empleos que incluyen festivos y turnos nocturnos. A mí, que soy profano en balances contables, me sale en cambio la cuenta de que a menos horas efectivas de alojamiento, más margen de los establecimientos para arreglar las habitaciones con el mismo personal.

A ello le sucede otra circunstancia que se materializa como condena en las reservas vía aplicación del móvil en un conocido portal: los mensajes privados del alojamiento por los que uno se piensa entre sudores, no sé, que se lo han cancelado. En cambio, lo que se reclama con urgencia y pesadez es que se informe con anticipación de la hora de llegada, como si uno al entrar a la habitación se fuera a encontrar las toallas formando figuras de cisne o pétalos sobre la cama que no se quisieran presentar resecos. La desilusión al llegar a una habitación roma contrasta así con esa insistencia de un mundo acelerado que no se toma vacaciones ni deja los mensajes ni las prisas. Como un niño impertinente que cobrara por preguntar cuánto falta para que lleguemos a sabe Dios dónde.

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