Calores avivados

Las olas de calor van a ser cada vez más frecuentes.
Las olas de calor van a ser cada vez más frecuentes.
HERALDO

Todos los años por estas fechas hablamos de lo mismo. No es una anécdota puntual que durante el pasado mes de julio se hayan batido récords de temperaturas máximas y mínimas más altas en muchos lugares de España y Europa. El asunto es grave y va a más. Se puede ver de dos maneras diferentes: desde la afectación personal, que se palia con más o menos refrigeración (cada vez más cara), u observándolo desde su dimensión mundial, sin remedio inmediato porque aunque actuásemos globalmente ahora tardaríamos en ver los efectos. Digamos que lo primero es parte de lo segundo porque cada vez se ve más próximo el riesgo de que lo episódico se convierta en un destino, de dimensiones desconocidas. Vivimos cerca del epicentro de una situación global que se ha convertido en emergencia: el cambio climático. Se dice que incluso provocará grandes migraciones de personas. De hecho, una parte de quienes tratan de cruzar el Mediterráneo hacia Europa huyen de unas condiciones ambientales severas; también sus países se están quemando y sufren calores desconocidos.

La circulación de las masas de aire y de las corrientes marinas que compensan las temperaturas del globo marca graves ‘desarreglos’, como si el planeta desvariase. En los cambios atmosféricos, en la caracterización de un nuevo clima ha tenido mucho que ver la acción antrópica. Sin embargo, todavía queda gente despreocupada; el calor es normal en julio, ya vendrán tiempos mejores. Pero ese error nos avasallará. Porque el tiempo que le falta al clima para ser catástrofe, un abismo, no se mide con los calendarios (en 2030 no se debería haber sobrepasado la temperatura media global de 1,5 °C y ya está superada), sino con los padecimientos casi permanentes. Estos vienen en forma de incremento de enfermedades y muertes, de deterioros ambientales como los actuales incendios o sequías, así como muchos trastornos económicos. Por cierto, el pasado invierno ha sido el más caluroso en España desde 1961. Además, un día de julio se batieron récords de temperaturas máximas en 49 provincias.

La posición personal ante la emergencia va desde los activistas por el clima hasta los negacionistas. La misma Unión Europea acaba de decirnos que deberemos ajustar mejor los aires acondicionados y las calefacciones, aunque la medida está motivada por el previsible corte ruso del gas. Pero -paradoja criticable- la misma UE considera temporalmente, frente a la crisis energética cercana, el uso del carbón y el fuel o la nuclear como ‘energías verdes’. A veces nos conformamos con no ser de lo peor que se ve a nuestro alrededor; en versión personas o países. ¿A ver si la felicidad y confortabilidad (climáticas) van a consistir en saber unir el principio de lo que pensamos y hacemos con el sentido de lo que conseguimos y compartimos en los ámbitos social, ambiental y económico? Otro tropiezo: las subordinaciones energéticas casi totales a países, en este caso a Rusia que es poco fiable siempre, tienen riesgos evidentes y han de preverse. ¿No los barruntaban nuestros gobernantes?

Cuando el 23 de marzo pasado se recordaba el Día Meteorológico Mundial se hacía repaso de los desastres provocados por las bruscas o largas variaciones meteorológicas. Pocos días después, el 26 del mismo mes, los informativos de algunos medios de comunicación nos hablaban del Día Internacional contra el Cambio Climático (hay dos en el calendario). Imaginamos que entre todo lo hablado entenderemos las olas de calor, que resecan las plantas y favorecen graves incendios en unos montes abandonados, que llevan asociadas muertes, pérdidas económicas y sufrimientos humanos en la salud física y emocional. No sabemos lo que quedará en la conciencia colectiva pasado un tiempo, cuando aparezcan nuevas complicaciones vitales, en franjas de la sociedad o en países enteros. Si en agosto no mejora mucho esto, vamos a sufrir graves desperfectos ecosociales, por no entender el alcance real del cambio climático, por despreciar las previsiones que nos presentaba el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) hace décadas. No faltaron gobernantes de España o de fuera, autocomplacientes con su palabrería a la hora de poner recursos, que criticaron al IPCC con la retranca del sabelotodo. Siempre quedará el mudo lamento social contra ellos.

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