Por
  • Juan Antonio Gracia Gimeno

Renovación en el Cabildo

Renovación en el Cabildo
Renovación en el Cabildo
Heraldo

El próximo día 25, solemnidad del apóstol Santiago, a las 13.30 horas, con asistencia del presidente nato de la Corporación Capitular, arzobispo monseñor Carlos Escribano, y en la catedral basílica del Pilar, tomarán posesión de sus cargos como canónigos del Cabildo Metropolitano de Zaragoza cuatro sacerdotes de nuestra diócesis. 

El acto, que se desarrollará según las pautas de un ritual multisecular, ofrece algunos matices novedosos que tal vez pueden servir para ilustrar la importancia y oportunidad de estos nombramientos.

Los nuevos prebendados son Daniel Granada, Juan Sebastián Teruel, José Antonio Calvo y Rubén Ruiz. Todos ellos coinciden en su juventud –frisan los 50 años–, en su formación intelectual –estudios en universidades civiles y eclesiásticas– y en su acreditada experiencia pastoral (parroquias y Curia diocesana).

Los datos que acabo de mencionar, incluido el marco inédito de la ceremonia de una toma de posesión simultánea y compartida, añaden un cierto matiz histórico al acto e invitan, en mi opinión, a interpretar el giro copernicano que salta a la vista en la provisión arzobispal de estas plazas. Personalmente veo en ella como un decidido propósito del prelado don Carlos Escribano de afrontar la profunda y necesaria renovación en el quehacer de una institución que ha sido durante muchos siglos fundamental en el desarrollo y fomento de la cultura, el arte y la espiritualidad en la sociedad y en la Iglesia de Aragón.

Sin embargo, a fuer de sinceros, hay que reconocer que esa espléndida aportación del Cabildo cesaraugustano al patrimonio común de la diócesis y de la sociedad ha tenido un relato glorioso en el pasado, pero hoy es a todas luces imposible continuarlo si siguen las cosas igual y no se produce un radical cambio de rumbo. Tal vez la opinión pública desconozca que los trece miembros que integran el Cabildo actual tienen una edad media de 81 años, aun cuando trabajan más de lo que pueden a pesar de achaques y minusvalías.

La decadencia de los cabildos españoles comenzó cuando, tras el Concilio Vaticano II, dejaron de ser el senado del obispo y sus funciones más importantes fueron encomendadas a organismos de nuevo cuño en forma de consejos presbiterales y colegios de consultores. Reducidas sus obligaciones al oficio coral y al servicio litúrgico en las escasas ocasiones que lo preside el obispo, los cabildos españoles tratan de encajar en el conjunto de la pastoral diocesana y colaborar, sobre todo los domingos y días festivos, en las más diversas misiones evangelizadoras que les encomienda el obispo, tanto en la ciudad como en las zonas rurales.

Cada obispo y cada catedral han procurado adaptarse a las señales de los tiempos subrayando el carácter secular y no monástico del clero de sus respectivas seos, que poco a poco se ha ido recluyendo en capillas laterales y otras dependencias para el oficio de las Horas y la Misa Conventual, mientras los magníficos coros medievales aparecen vacíos y mudos, y la Capilla Mayor, con su espléndido retablo se muestra inutilizada y a oscuras.

Nuestra diócesis es un caso especial y único por el hecho singular de tener dos catedrales y, sobre todo, por ser el Pilar una de las dos. Y es justamente aquí, en el Pilar y en la necesaria y urgente revisión que necesita la basílica mariana, donde, en mi criterio, ha puesto la mirada, la mente y la voluntad el señor arzobispo al firmar los nombramientos que comento.

He dicho en conferencias y he escrito docenas de veces en este periódico y en otras publicaciones, que el Pilar, su templo, su mensaje, su culto, su música, su arte, su doctrina, su entorno necesitan una profunda revisión. Lo he manifestado sin ambages ante mis arzobispos y mis compañeros capitulares. Y vuelvo a decirlo ahora, hoy mismo, cuando, en una suerte de ensoñación, vislumbro llegada la hora en que la Santa Columna, como otrora, como siempre, guíe a su pueblo en los días luminosos y en las sombras de la noche.

Es la hora del Pilar. En su inmenso recinto hay multitud de aspectos que merecen un cambio a fondo al objeto de que puedan cumplir con la función concreta que les corresponde. Turismo y peregrinación, fe y religiosidad, folclore y devoción popular, arte y culto litúrgico, santuario nacional y proyección hispánica, parroquia y catedral, pila bautismal y reclinatorio para el perdón son conceptos y desafíos distintos que, sin embargo, deberían encontrar nobleza, equilibrio y hermosura, dentro de un síntesis jerarquizada

Solamente cuando un severo esfuerzo común logre alcanzar la belleza en la armonía de todos los valores que confluyen en el Pilar, se logrará que nadie se sienta defraudado por no hallar lo que buscaba al decidirse a traspasar el umbral de la basílica.

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