Por
  • Octavio Gómez Milián

Manhattan

La representación de 'Calígula' en Murillo de Gállego.
Manhattan
Heraldo

Desde hace unas semanas Manhattan se ha trasladado a Murillo de Gállego. 

Comienza a ser una tradición, con cada estío, la isla neoyorquina se toma unas vacaciones y se deja caer por Aragón. Urbes que saben apreciar la paz y el buen gusto. Este año pasaré allí el fin de semana. No hay abonos para las vistas que se han extraviado: los metales de Andreas Prittwitz, que nos devolverán a todas aquellas canciones de las noches perdidas, la vuelta de Marta Domingo, desde el Barrio Latino a Ejea de los Caballeros con su voz entre Edith Piaf y Celia Cruz y el teatro de Javier Fesser con su obra ‘Tres días en el valle’. Pero sobre todo la promesa de poder contemplar el resultado de ‘Composición de lugar’, la obra musical que Javier Aquilué, como un amanuense delicado, ha compuesto a base de sonidos, golondrinas y ‘moog’. El artista oscense, enemigo de la mediocridad y rodeado de una burbuja beatífica, es capaz de encontrar la belleza en los restos de fruta y el valor productivo de lo disfuncional. Pintor de espasmos, compositor de silencios y ensoñador monocorde, ha grabado discos con ‘Kiev cuando nieva’, ha bailado protopunk en pueblos del Somontano y, durante años, ha enseñado a los niños a no pintar fuera de las líneas a menos que la escena lo exigiera. Inhalador de los vapores de los vinilos de piedra, predicador en la habitación del pánico, pitoniso de modas para dandis, fabrica muebles con sus propias manos y, a cambio, solo pide un poco de la sangre de los ferroviarios para seguir adelante. Murillo de Gállego y Manhattan, calles de Tribeca en la Hoya de Huesca.

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