Causas y efectos

Causas y efectos
Causas y efectos
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Este verano y el pasado hemos asistido a dos graves accidentes ocurridos en piscinas ocasionados por una incorrecta manipulación de los productos químicos que se usan en su acondicionamiento. 

He querido empezar este artículo exponiendo la causa original de ambos percances: mala manipulación. Algunos pensarán que determinadas sustancias, en este caso el cloro o sus derivados, son las causantes. Que la proliferación de productos químicos nos está envenenando lentamente. Allá cada cual con su propia teoría de la conspiración. La realidad es que sin ellos no solo no podríamos disfrutar de las piscinas, tampoco podríamos usar el agua del grifo con tranquilidad. Acondicionar el agua tiene una única base química, sea para potabilizarla para consumo o para utilizarla en el baño.

La causa, ya lo he dicho, es la mala manipulación. Sobre lo que hay que pensar es el porqué de este mal uso. Y este, a su vez, es el efecto de la falta de formación de aquellos a quienes responsabilizamos de esa tarea que, como se ha demostrado, no puede hacerse sin que conozcan qué tienen entre manos.

El término ‘químico’ se está convirtiendo en sinónimo de algo a evitar

Los casos citados son solo pequeños ejemplos. Ha habido otras situaciones graves, de accidentes en plantas de proceso u otras instalaciones, pero, si el análisis va más allá de lo que es posible leer en las ignorantes redes sociales, siempre llegamos a la misma conclusión. No es la negligencia, ni la maldad humana, el origen. Es la falta de formación de los que manipulan estos productos o instalaciones. Y esto puede hacerse extensivo a otros muchos campos, no solo el de la química. La ingeniería civil está sujeta a juicios realizados por atrevidos tertulianos sobre si los cálculos estaban bien hechos o los materiales empleados eran los correctos, como si supieran de lo que hablan. Con la pandemia hemos llegado a una situación de desinterés, casi hartazgo, sobre las opiniones ‘expertas’ que se han escuchado sobre causas y formas de prevención. Muchas de ellas solo tienen en común que eran vertidas por gentes que únicamente buscan notoriedad.

Estamos estrenando una nueva ley de educación secundaria y, dentro de poco, otra más para la universitaria. En ninguno de los dos casos estoy segura de que sean el modo de aumentar el nivel de conocimiento de los ciudadanos. En el caso de la Ley Celaá, la existencia de múltiples itinerarios y la falta de medios para que los alumnos trabajen los temas, no solo se aprendan lo que el currículo exige, me hace ser poco optimista. En la LOSU, la que más me influye por mi profesión, sigo sin ver alicientes para que los profesores, precarios o consolidados, consideremos la formación a la sociedad como un campo de trabajo tan reconocido como nuestras clases o nuestra investigación. Como química que soy, tengo claro cuáles deben ser las medidas de prevención y de protección que hay que aplicar en un laboratorio. Esto es algo que también podemos enseñar, aunque no tengamos la titulación de técnicos en riesgos laborales. Convertir el desarrollo profesional de los docentes en una carrera administrativa para alcanzar el estatus de funcionario público es una visión muy miope de la educación.

Pero sin la química estaríamos viviendo de forma muy similar a como lo hacían las personas que habitaron el mundo antes de la Revolución Francesa

Sé que la sociedad actual es muy poco reflexiva pero, por el contrario, tampoco ofrece mucha resistencia a los planes que se diseñan desde los gobiernos. Es necesario que estén bien orientados para lograr los siempre bienintencionados fines, pues el griterío en el que vivimos y la creciente ignorancia social en esta sociedad, mal llamada de la información, provocan que los efectos perversos se multipliquen sin control.

He empezado hablando de química y con ella quiero terminar. Es indignante, para una profesional de esta y como decana del Colegio Profesional de Químicos, escuchar sin rubor que el término ‘químico’ está convirtiéndose en sinónimo de algo a evitar. Pero sin la química estaríamos viviendo de forma muy similar a como lo hacían las personas que habitaron el mundo antes de la Revolución Francesa. Parásitos, enfermedades, hambrunas, infraestructuras deficientes, dificultades casi insalvables en la movilidad y otras muchas más cosas seguirían conviviendo con nosotros.

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