Por
  • Fernando Sanmartín

Confesiones de un camarero

Un camarero atiende una mesa en una de las terrazas de la plaza de España, este jueves en Zaragoza.
Un camarero atiende una mesa en una de las terrazas de la plaza de España, en Zaragoza.
Oliver Duch

Hace calor. La calle es una sauna finlandesa. El cambio climático va a más y pronto, como lo analizará Mariano Gistaín, se podrá ir en bañador al cine o a una ceremonia nupcial. Un camarero me dice que ya no tiene fantasías eróticas por culpa de la covid. Me lo dice con lamento y pesadumbre. Yo no he escuchado a ningún médico afirmar que eso sea un efecto secundario, a diferencia de lo que sucede con los estados de ansiedad, depresiones o el cansancio permanente, cosas horribles. Conozco al camarero y sus fantasías son, seguro, de muy baja intensidad. Pero cambio de conversación y le pregunto que a quién le gustaría llevar con su bandeja una cerveza muy fría. Es aficionado al tenis y me comenta que a Nadal, tras un partido en Roland Garros contra Djokovic. Pero después rectifica y afirma que le llevaría una cerveza a Dios. Lo que me faltaba. Conozco a ese camarero desde hace tiempo, es cabal y me habla con mucha confianza. Yo le respondo que Dios no bebe. Y él me contradice y da sus argumentos. Cambiamos otra vez la conversación. Me pregunta que si Pedro Sánchez pierde las próximas elecciones, ¿será mejor mandarlo a la OTAN, de alto cargo, o al festival de Eurovisión? Sánchez, donde tiene que ir, es a pasar la ITV, llegar alguna vez en metro al Congreso -como hacía Labordeta- y salir de los campos de ortigas. Me cuenta el camarero, pasando a otro tema, que un cliente ha pagado cien euros por un billete de tren a Madrid. ¡Qué barbaridad! Le digo que eso es más caro que comer marisco. Lo caro, me indica, es morirte. Le doy un trago a mi cerveza y ya no le replico, para qué.

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