Confesiones de un camarero
Hace calor. La calle es una sauna finlandesa. El cambio climático va a más y pronto, como lo analizará Mariano Gistaín, se podrá ir en bañador al cine o a una ceremonia nupcial. Un camarero me dice que ya no tiene fantasías eróticas por culpa de la covid. Me lo dice con lamento y pesadumbre. Yo no he escuchado a ningún médico afirmar que eso sea un efecto secundario, a diferencia de lo que sucede con los estados de ansiedad, depresiones o el cansancio permanente, cosas horribles. Conozco al camarero y sus fantasías son, seguro, de muy baja intensidad. Pero cambio de conversación y le pregunto que a quién le gustaría llevar con su bandeja una cerveza muy fría. Es aficionado al tenis y me comenta que a Nadal, tras un partido en Roland Garros contra Djokovic. Pero después rectifica y afirma que le llevaría una cerveza a Dios. Lo que me faltaba. Conozco a ese camarero desde hace tiempo, es cabal y me habla con mucha confianza. Yo le respondo que Dios no bebe. Y él me contradice y da sus argumentos. Cambiamos otra vez la conversación. Me pregunta que si Pedro Sánchez pierde las próximas elecciones, ¿será mejor mandarlo a la OTAN, de alto cargo, o al festival de Eurovisión? Sánchez, donde tiene que ir, es a pasar la ITV, llegar alguna vez en metro al Congreso -como hacía Labordeta- y salir de los campos de ortigas. Me cuenta el camarero, pasando a otro tema, que un cliente ha pagado cien euros por un billete de tren a Madrid. ¡Qué barbaridad! Le digo que eso es más caro que comer marisco. Lo caro, me indica, es morirte. Le doy un trago a mi cerveza y ya no le replico, para qué.