Por
  • José Tudela Aranda

Exceso de incertidumbre (s)

Exceso de incertidumbre(s)
Exceso de incertidumbre(s)
Pixabay

La incertidumbre no es buen acompañante de la gestión política ni de la tranquilidad social. 

Nunca se vive en un tiempo sin incógnitas. El político convive con ellas y gestionarlas de forma adecuada es una de sus principales y más difíciles funciones. Cada uno de nosotros, convivimos con dosis de dudas sobre lo que el futuro puede deparar. Pero hasta hace pocos años, ese conjunto de dudas e interrogantes se podía aliviar gracias a un sistema de referencias estable que permitía predecir, al menos, las variables más verosímiles. Hoy, no es así. Uno de los rasgos más característicos de la sociedad contemporánea es la volatilidad. Realizar cualquier tipo de pronóstico es siempre osado y quién los hace, en la mayoría de las ocasiones, se ve desmentido. Todo muta muy deprisa y sin dar tiempo a asumir los cambios y actuar en consecuencia. Por ello, nos enfrentamos a un escenario desconocido hasta la fecha. Un escenario que para la política y los políticos resulta, sin excesiva exageración, dramático. Uno de los objetivos (y deberes) esenciales de la política es garantizar seguridad a sus ciudadanos. Para ello, deben reducir las incertidumbres hasta el límite de lo tolerable. Algo que hoy es objetivamente complicado.

La incertidumbre es hoy dueña de cualquiera de los horizontes que se desee
contemplar: economía, política internacional, sistemas de partidos,
orden institucional, pautas sociales… 

Este año se cumplen treinta años de la formulación de una de las teorías sociológicas de más éxito de las últimas décadas, aquella que describía la sociedad emergente como ‘Sociedad del riesgo’. Si uno de los rasgos de ese modelo social era "una sociedad cada vez más preocupada por el futuro", ¿cómo ha evolucionado esa sociedad? Escapa con mucho a mis posibilidades responder a esa pregunta. Tan sólo me limitaré a plantear hasta qué extremo los rasgos descritos por autores como Giddens o Beck se han radicalizado. La incertidumbre es hoy dueña de cualquiera de los horizontes que se desee contemplar: economía; política internacional; sistemas de partidos; orden institucional; pautas sociales… Imaginar cómo evolucionará cualquiera de esos órdenes en un plazo breve, cinco años, se antoja una tarea casi imposible. Por poner un solo ejemplo, el orden internacional ha transitado en pocos años hacia una inestabilidad extrema que no sólo convulsiona la esencia de la geopolítica sino que hoy llega a afectar profundamente nuestra posición económica e, incluso, nuestra seguridad.

Las consecuencias de todo ello son extraordinarias. Destaco dos. Por un lado, la desazón y los miedos inherentes que produce todo ello en una buena parte del cuerpo social. Y pocas cosas hay más perturbadoras del orden social que el miedo. Si algo caracterizó el periodo de entreguerras fue precisamente que el miedo se apoderó de la sociedad, y muy especialmente, de las clases medias. El resultado fue catastrófico. Por otro, la extraordinaria dificultad que ello implica para la gestión pública. Nunca ha sido tan difícil gobernar como en el presente. La complejidad de cualquier problema se multiplica; también las dificultades para resolverlos satisfactoriamente. Si ello se vincula con una sociedad exigente, necesitada de respuestas rápidas y dominada por la confusión, el resultado es desalentador. Resolver esta ecuación es muy difícil si no imposible. Pero es necesario aminorar daños. Para ello, no se me ocurre otra fórmula que comenzar por aceptar y reconocer las dificultades. Es preciso que los responsables políticos no prometan lo que no se puede dar. Nunca ha habido soluciones mágicas y hoy, menos que nunca. Los ciudadanos somos adultos y es preciso que el político nos trate como tales. Junto a ello, se puede y se debe equilibrar el reconocimiento de los riesgos con un mensaje optimista derivado de unos logros indudables que, como en otras épocas de la historia, deben ayudar a solventar viejas y nuevas dificultades. Un logro como el de las vacunas frente a la covid-19 ejemplifica perfectamente que el optimismo también tiene sitio en la era de las incertidumbres. La sociedad contemporánea exige de políticos y ciudadanos maduros que acepten los retos y dificultades de un tiempo nuevo en el que la especie humana es más capaz que nunca.

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