Por
  • Andrés García Inda

Contra el sentido práctico

Contra el sentido práctico
Contra el sentido práctico
Heraldo

Quienes me conocen mejor que yo mismo suelen decir que tengo espíritu de contradicción. 

Que en realidad es una forma elegante o cariñosa de decir que uno es un pelma que siempre tiene ganas de llevar la contraria. Es cierto. Y llevado al límite, dicho rasgo del carácter puede resultar cansino y absurdo, cuando se convierte en un mero ejercicio dialéctico sin otro propósito que el de oponerse a las opiniones ajenas, sean cuales sean. Entonces el discrepante se convierte en un pelmazo, por no decir un tocapelotas, petulante y chinchorrero, molesto pero no estimulante, como la estéril picadura de un chinche. Baltasar Gracián ya advertía que para alcanzar la virtud de la prudencia es preciso evitar semejante disposición, sobre todo con los que más queremos: "No tenga espíritu de contradicción –recomienda en el ‘Oráculo manual’–, que es cargarse de necedad y de enfado. Conjurarse ha contra él la cordura. Bien puede ser ingenioso el dificultar en todo, pero no se escapa de necio lo porfiado. Hacen estos guerrilla de la dulce conversación, y así son enemigos más de los familiares que de los que no les tratan. En el más sabroso bocado se siente más la espina que se atraviesa, y lo es la contradicción de los buenos ratos; son necios perniciosos, que añaden lo fiera a lo bestia".

Suele criticarse a la enseñanza en general, y la universitaria en particular,
por ser una formación ‘poco práctica’

Sin embargo, como suele decirse, en dosis adecuadas hasta el veneno se convierte en medicina. Y la espina o la picadura de un insecto puede resultar providencial si lo que revienta es un absceso. Por eso, cuando se trata de buscar la verdad convendrá examinar incansablemente los matices y escudriñar los recovecos. Lo contrario podría ser sinónimo de conformismo o sumisión. Sospecho de quienes pomposamente presumen de que no pretenden estar en posesión de la verdad, porque a menudo esa es otra forma, aunque sea inconsciente, de vanidad intelectual. Lo sé porque yo también lo digo en ocasiones. Es como si a la hora de tomar una decisión alguien dijera que no pretende ser justo. ¿Le tomarían ustedes en serio? Por supuesto que nadie está en posesión de la verdad. Ya lo sabemos. Más aún, lo radicalmente trascendental estriba en ser poseído, sacudido, derribado, vapuleado e incluso abofeteado por ella. Y aunque es cierto que semejante experiencia no suele depender de la finura o la sofisticación de un argumento, no queda más remedio que seguir buscándola así. Y hacerlo incluso por oposición a lo impuesto y lo evidente. Quizás, sobre todo, a ello. Estar a la contra no es sinónimo de acercarse a la verdad, pero acercarse a la verdad requiere a veces discrepar y ponerse a la contra.

¿Debe ser la educación
sobre todo rentable y productiva a corto plazo? 

Aunque la cabra siempre tire al monte, trato de tomarme en serio el consejo graciano y no abusar de la discusión ni el debate, callando en ocasiones o aprovechando otras posibles vías de expresión –como una tribuna en el periódico– para canalizar la disidencia. La penúltima, por ejemplo, y fíjense ustedes qué tontería, tenía que ver con la crítica que suele hacerse de la enseñanza en general, y la universitaria en particular, como una formación ‘poco práctica’. Y con la encendida defensa que hacemos entonces los universitarios de la misma como algo ‘práctico’. Enseguida mi espíritu de contradicción me empujaba a reivindicar la teoría. Y no solo por aquello de Kant, que decía que cuando una afirmación vale en teoría, pero no en la práctica, el problema no es que sea demasiado teórica, sino insuficientemente, y que lo que necesitamos es más teoría, o una teoría mejor: más arraigada en la experiencia (es decir, una mirada más amplia y más profunda, porque en realidad eso es la teoría, la perspectiva desde la que podemos contemplar el mundo). Sino sobre todo porque, últimamente, cuando se dice que la educación o la Universidad es poco práctica lo que se piensa es en el significado de lo práctico como algo que, como dice el Diccionario de la RAE, produce una utilidad o un provecho material inmediato. Según eso, la educación debe ser sobre todo rentable y productiva a corto plazo. ¿Y no será al revés?, me pregunto. ¿No será el objetivo de dicha formación despertar o procurar algo distinto a nuestro sentido práctico?

Dependerá, claro está, del tipo de persona que queramos educar. Leon Bloy, por ejemplo, decía que "un santo nunca es un hombre práctico" (y en esto seguramente discreparía del maestro Gracián). Lo que tampoco quiere decir que la falta de sentido práctico sea automáticamente sinónimo de santidad. Pero ese ya es otro tema.

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