Por
  • Celia Carrasco Gil

Cántico es(pi)ritual

Cántico es(pi)ritual
Cántico es(pi)ritual
Pixabay

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de un carmelita que nacía un 24 de junio hace 480 años, un poeta que supo instalar su voz en la provincia de la Descalcez, que proyectó la infinitud de sus anhelos hacia el trance unitivo de algún decir callado. 

Fue san Juan de la Cruz un autor que consiguió borrarse en la escritura e hizo que por su boca canturreara el Alma, esa paloma herida que quiso alzar su vuelo tras un ciervo, esa voz femenina tradicional enferma de 'hereos' que se lamentaba por la ausencia de su Amado. El poeta logró articular la búsqueda y el gozo de la unión espiritual en unas liras que pasaron de la escasez extrema de adjetivos a su inundación, en una sintaxis en la que llegó a prescindir incluso de la cópula del verbo, para así dar cuenta de la ilimitación que sentía el Alma en la comunión neoplatónica con los bosques, las riberas, los pastores, las criaturas y la armonía del universo. Entre heridas y llagas de amor y "emisiones de bálsamo divino", el Alma encontró su lumbre en los ojos del Amado, en el cuerpo y el espíritu aunados por la expresión de una religiosidad cargada de erotismo. Desde esta retórica del silencio y los afectos, san Juan de la Cruz habitó la elipsis de la mística y tradujo la desmesura de la unión en el más preciso de los tartamudeos, "un no sé qué que quedan balbuciendo" todavía esas palabras como un eco inefable, la imposibilidad de un decir ya transmutado en el lirismo del más dulce misterio del lenguaje.

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