Un cuerpo hermoso

Un cuerpo hermoso
Un cuerpo hermoso
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A temperaturas inclementes, distorsionamos la realidad. 

A ello me acojo para entender la trascendencia que concedo en estas fechas a fenómenos nimios, como lo es, por ejemplo, la proliferación de niquis con faldón hasta la rodilla. En frío, opino que cada cual se ha de vestir como le plazca. En plena ola de calor, en cambio, mi mente febril sospecha que los señores que pululan por ahí luciendo tal prenda, máxime, sobre pantalón largo, siguen el plan de alguna secta rigorista que combate el erotismo veraniego. A veces, el desvarío me hace creer que es cosa del ayuntamiento.

Del mismo modo, y aquí va otro ejemplo, sin los cuarenta grados a la sombra de aquella primera tarde de piscina no se entiende que me diera por preguntar a quienes circundaban mi toalla si les molestaba que me descubriera el torso. Vaya consulta absurda, en aquel ambiente de bañistas al horno. Absurda y ridícula, por más que me obsesione la idea, que el calor también exacerbó aquel día, de que los nuevos protocolos contra el acoso acabarán llevándonos a algo más perfeccionado, sibilino y cerril que la segregación de ‘hombres, mujeres y familias’, propia de las piscinas católicas de antaño.

Solo cuando me quité la camiseta, regresó la normalidad. La extrañeza que había producido mi pregunta trocó en desinhibida admiración. Sin que mediaran constricciones reglamentarias, solicitudes, ni permisos, sino conforme a la naturaleza de cada anhelo, durante el resto de la jornada me sentí objeto de miradas y suspiros. Y es que, a cualquier temperatura, un cuerpo hermoso es un cuerpo hermoso.

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