protesta en londres contra el plan de Boris Johnson de enviar a Ruanda a los demandantes de asilo.
protesta en londres contra el plan de Boris Johnson de enviar a Ruanda a los demandantes de asilo.
Andy Rain / Efe

Ruanda está lejísimos. 

El Gobierno de Reino Unido quiere deportar allí a los demandantes de asilo que llegan a su país. Me parece tal barbaridad, que me cuesta creérmelo. Pero es verdad. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos consiguió parar la semana pasada el primer avión que iba a partir con una treintena de inmigrantes con destino a Ruanda. Los gobiernos de Reino Unido y Ruanda firmaron un acuerdo en abril para externalizar la gestión de solicitantes de asilo. El país africano acogerá a estas personas (está por ver en qué condiciones) mientras el Reino Unido decide si les concede el estatuto de refugiado. Después ya se verá qué pasa con ellas. A cambio, Ruanda recibe un primer pago de unos 140 millones de euros. El Gobierno de Boris Johnson pretende quitarse un problema de encima y ganar votos. Y Ruanda acepta encantada, por un puñado de millones, claro. Las relaciones internacionales son a veces nauseabundas. Ha habido críticas: de la Iglesia anglicana, de organizaciones de derechos humanos, de la ONU… Pero no cambian los planes de Johnson, que ha anunciado que prepara el siguiente vuelo. Y me sorprende que no haya más respuesta social y política de la comunidad internacional. Que esta noticia no abra periódicos y telediarios. Que nos parezca normal. Ayer se celebró el Día Mundial de los Refugiados. Aragón ha acogido a cerca de 5.000 personas desde 2015 dentro del programa de Protección Internacional. Me gusta escuchar sus historias: de miedo, huida, esperanza y futuro. Historias que no pasan por Ruanda.

Paula Figols es periodista y escritora

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