Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Con la comida no se juega

Campo de cereal afectado y una encina arrancada por el viento en Berbegal
Campo de cereal en Berbegal
S. E.

Las cosechadoras ya están entrando en los campos de Aragón. La previsión es que el inusual calor reducirá un 25% la recolección. Se trata de una bajada productiva muy sensible en estos momentos porque la Comunidad y el resto del país importa mucho cereal para cubrir las necesidades humanas y animales. En un contexto de contracción del mercado por la guerra entre dos relevantes productores (Ucrania y Rusia), cualquier merma representa un gran problema. Si la pandemia ya fracturó las cadenas de suministro, la guerra ha exacerbado dinámicas negativas que se venían produciendo en los mercados de alimentos a causa del cambio climático.

Históricamente, las relaciones internacionales se han regido por dos grandes corrientes: la realista y la idealista. Los realistas (desde Richelieu a Kissinger) establecen que lo que impera es la política de poder y el interés nacional. Por contra, los idealistas (con el presidente Wilson a la cabeza) insisten en la política de valores y en la necesidad del control democrático, basándose en la existencia de una moral universal. El final de la Guerra Fría abrió una etapa de equilibrio entre estas dos visiones, entre los intereses estratégicos y el Derecho internacional. Ahora, la megalomanía de Putin recupera el matonismo típico de la primera mitad del siglo XX y golpea el proceso globalizador, que había hecho más interdependientes económicamente a los países.

La economía mundial parece estar escindiéndose poco a poco en una zona occidental y una zona dominada por China y Rusia. Pero, además, ha irrumpido un ‘nacionalismo alimentario’, que se extiende por el mundo a toda velocidad. Decenas de países han tomado medidas para restringir las exportaciones de alimentos desde el comienzo de la invasión lanzada por Putin. Podemos volver así a los oscuros días en los que la búsqueda de recursos naturales era causa de conflictos internos o externos. Hace ochenta años, los estrategas de la Alemania nazi centraron sus esfuerzos no solo en reunir a todos los pueblos de habla germana bajo un único techo político, sino también en controlar los ‘graneros’ de Ucrania y otros territorios eslavos. En la misma época, Japón invadió China, Corea y varios territorios del Pacífico para asegurarse el acceso a materias primas que alimentasen a su población y a su industria.

En este contexto en el que la geopolítica avanza en dirección contraria a la globalización, saltan las alarmas en todo el mundo. La ONU denuncia que vivimos una crisis alimentaria en toda regla por el rápido encarecimiento de los alimentos básicos, los fertilizantes y la energía. Además, cada vez son más los países que se lanzan al proteccionismo alimentario para salvaguardar sus existencias y controlar la inflación interna.

Amartya Sen, premio Nobel de Economía y premio Princesa de Asturias, estableció en 1998 que «nunca se ha dado hambruna importante en un país con una forma de gobierno democrática y relativa libertad de prensa». Desde entonces se ha convertido en un principio incuestionado que todas las hambrunas son causadas por el ser humano. Sin embargo, decir que una catástrofe no es ‘natural’ sino ‘humana’ no significa que se pueda evitar con facilidad, entre otras razones, porque menos de la mitad de la población del planeta vive en una democracia.

Decían las abuelas que con las cosas de comer no se juega. Ya lo afirmaban hace muchos años. Pero, contrariamente a lo que se piensa, el paso del tiempo no nos ha vuelto más sabios sino más ciegos. En apenas ocho décadas nos habíamos olvidado de que la agricultura y la ganadería son una de las claves para la seguridad y la paz en el mundo.

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