De Casetas, por Utebo

Imagen de archivo de la parada situada en el paseo de María Agustín de Zaragoza.
De Casetas a Utebo
Heraldo.es

Me impactó: resplandeciente, cegador. 

Yo acababa de llegar de Madrid y, como de costumbre, mis padres vinieron a buscarme a Delicias. El camino hacia Casetas siempre suele ser el mismo: en lugar de tomar la A-68, preferimos ir por la N-232, que tiene más semáforos pero también más calma, más farolas, más compañía. El viaje discurría normal. Salimos del embotellamiento del parking de la estación, que es una cosa que el Ayuntamiento debe poner para que los que vivimos en Madrid no nos desaclimatemos tan rápido del tráfico infernal de la capital, y emprendimos el camino a casa atravesando el ‘scalextric’ del centro comercial Augusta para salir a la carretera. Fue entonces, como si de un rayo se tratara, cuando nos partió la vista un cartelón blanco de direcciones donde se indica a un tamaño obsceno, atravesando los tres carriles, que por ahí se va a Utebo. Yo empecé a mirar a mis padres como preguntando que qué hacía: "¿Seguimos o pongo el GPS?". Empezamos a sudar, a tragar saliva. La carretera que tantas veces nos ha llevado a Casetas, rotulada ahora en una suerte de puerta del infierno, indica que todo casetero que emprenda el camino por historia heredado al barrio, en principio es sospechoso de ir a Utebo. Seguimos adelante, y me imaginé un plano aéreo cuando el coche atraviesa la cartelería, como en esas películas americanas de terror donde a unos despistados y alegres viajeros les espera un lugar oscuro. La cosa se complicó porque si el primer cartel al menos te da el alivio de un "Z-40, todas direcciones", unos metros más adelante otra señal únicamente indica, a tres carriles y tres flechas: Utebo.

Yo empecé a acariciar el freno de mano, pensado en hacer un trompo y salir quemando rueda en sentido contrario, pero estábamos paralizados. La carretera donde ‘el casetero’ ha reinado durante décadas como el autobús más insigne del territorio, ahora se ve arrastrada a la hipocresía de una dirección a la que ese bus solo se acerca desde la carretera y para hacer dos escuetas paradas.

Nosotros seguimos, valientes, atravesamos Utebo y ya en un tímido cartel en la rotonda de El Águila, leímos: Casetas. Aliviados pero a 50 por hora, que es vía de servicio, llegamos al barrio. Y agradecí la fortuna de los destinos discretos, que arraigan sin esfuerzo en el recuerdo.

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