Por
  • Sergio Baches Opi

España irreconocible

España irreconocible
España irreconocible
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Se cumple este año el centenario de la publicación del ensayo de José Ortega y Gasset ‘España invertebrada’. 

Obra de prosa pulcra, precisa y elegante, el análisis sobre la progresiva desintegración de España y de su imperio, así como las lacras y defectos estructurales de la sociedad española que la explican, sorprende al lector actual por su carácter inmarcesible, lo que no significa que se deban acoger acríticamente sus planteamientos. La obra se estructura en torno a dos grandes ejes: el "particularismo" y la "ausencia de los mejores" en la sociedad española.

Para Ortega, el particularismo, fenómeno en el que las partes del todo comienzan a vivir como todos aparte sin compartir los sentimientos de los demás, afecta tanto al ámbito territorial o político como a las clases sociales. Los particularismos regionales, como el catalanismo o el vasquismo, serían la prolongación de la dispersión iniciada con la pérdida del imperio español y la manifestación más acusada de ese proceso de descomposición nacional.

El diagnóstico que hizo Ortega y Gasset hace cien años sobre la decadencia española sigue estando en buena medida de actualidad en nuestros días

Aunque la visión orteguiana sobre las teorías nacionalistas, a las que retrata como carentes de interés y en gran parte artificios, está plenamente vigente, más dudas generan otras apreciaciones. Me refiero a la afirmación de que ha sido Castilla la que con su actitud particularista ha espoleado a estos separatismos o su comentario sobre la "sinceridad" de los separatistas cuando alegan que son pueblos "oprimidos", pese a reconocer que dicha acusación parece grotesca. No explica Ortega en qué se basa para afirmar que Castilla se ha vuelto particularista, ni acierta, a mi juicio, cuando califica como sinceras las quejas separatistas.

Uno no puede dejar de pensar en la candidez de aquellos compatriotas que, quizás por su desconocimiento de la realidad social y política en Cataluña y en las Vascongadas, han proyectado durante al menos cuatro décadas grandes dosis de buenismo sobre los separatismos, pensando que las cesiones económicas y competenciales a los nacionalistas, y los guiños linguísticos, permitirían amainar o encajar esos proyectos hispanófobos en la nación española. Contrariamente a lo que muchos piensan no estamos ante un problema que requiera una componenda política. La vía política siempre ha fracasado y fracasará en el futuro a expensas del conjunto de los ciudadanos españoles. Lo más preocupante es que los dos principales partidos políticos españoles son ajenos a esta realidad y, parafraseando a Ortega, se empeñan en suplantar "lo real por lo abstractamente deseable", lo que no es más que "un síntoma de puerilidad".

Mientras tanto, la población no independentista, abandonada, sufre el ambiente violento, irrespirable y gélido impuesto por los separatistas con la connivencia o el silencio de los gobiernos de España y sus antenas mediáticas. Ante esta patología, la única forma eficaz para calibrar de nuevo los mecanismos que garantizan la subsistencia de ese "proyecto sugestivo de vida en común" que es España consiste en proteger los derechos fundamentales de los ciudadanos no independentistas y garantizar la libertad real de circulación, industria y residencia de los españoles en todo territorio nacional. Ello precisa de instrumentos jurídicos apropiados y de su escrupulosa y valiente aplicación.

España sufre aquejada por los particularismos y por la ausencia de minorías rectoras competentes

En cuanto al otro gran tema de la obra de Ortega, su tesis afirma que una sociedad funciona cuando la "masa" es dirigida por una "minoría selecta". No defiende Ortega ningún tipo de autoritarismo, simplemente constata lo que, a su juicio, es una realidad de toda sociedad que quiera funcionar como tal. Aplicando este análisis, Ortega lamenta la ausencia en España de una minoría selecta, suficiente en número y calidad. Esta carencia ha creado "en la masa, en el pueblo, una secular ceguera para distinguir al hombre mejor del hombre peor, de suerte que cuando en esta tierra aparecen individuos privilegiados, la masa no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila".

Este diagnóstico sobresale por su rabiosa actualidad. No se encuentra en la historia de España de al menos los últimos 50 años una época con mayor mediocridad y falta de ejemplaridad y patriotismo como la que hoy vivimos. Cuando la mayoría de los dirigentes no parecen ser los mejores (más bien lo contrario) no es sorprendente que traten de convertir la mediocridad en una característica transversal desparramada por todos los ámbitos sociales y que para ello recurran a la degradación del sistema educativo. Cuando esto sucede, la sociedad pierde el apetito por la perfección, el sacrificio o el esfuerzo y entra en una fase de decadencia que tarde o temprano impactará en su bienestar material. Todas estas consideraciones apuntan a una sociedad enferma por particularismos agravados; a un cuerpo histórico no solo invertebrado, sino también deformado hasta lo irreconocible.

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