Por
  • José Tudela Aranda

Una reflexión sobre la educación

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Una reflexión sobre la educación
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Es lugar común destacar la importancia de la educación. 

Nadie lo cuestiona. Sin embargo, el artículo 27 de la Constitución no se ha desarrollado de manera pacífica. Cada gobierno tiene su propio modelo educativo y lo ejecuta de forma implacable: con la oposición, no se negocia. Es superfluo decir que, en unas ocasiones, están unos en el gobierno y, en otras, otros.

Llegados a este punto, proclamar la necesidad de alcanzar un consenso es un ejercicio de retórica vana. Nadie parece dispuesto a hacer lo necesario para lograrlo. Así, es posible pronosticar que la vigencia de la última Ley aprobada no irá más allá de lo que tarde en producirse un cambio en la orientación política del Gobierno.

La memoria es necesaria porque el conocimiento precisa de la acumulación
de información

En cualquier caso, más que discutir aspectos concretos de esa Ley, me parece preciso analizar diversos temas que afectan a la educación en el mundo contemporáneo hasta con radicalidad.

Voy a exponer tres cuestiones que, en mi opinión, son de gran importancia para establecer las bases de un modelo educativo adaptado a las características de la sociedad contemporánea. La primera de ellas es la menos novedosa pero, seguramente, la más relevante. Me refiero a la relación entre educación e igualdad. Sabido es que una educación pública, universal y de calidad es condición esencial para hacer real la igualdad efectiva propia del Estado social. Desde una perspectiva clásica, todavía hay un camino por recorrer para hacer real este objetivo. Pero hoy, se necesita algo más. Los cambios sociales y tecnológicos provocan que las premisas tradicionales para alcanzar la igualdad, sean insuficientes. Se han abierto nuevas y peligrosas grietas. Aunque exige matices, podríamos agruparlas bajo la expresión ‘brecha digital’. No se trata, únicamente, de una cuestión de acceso al hardware. Se trata del acceso y gestión de las ventajas que ofrece el mundo digital. Los profesores coincidimos en que los alumnos bien preparados tienen, en general, niveles de preparación superiores a los de generaciones anteriores. En contrapartida, una parte importante presenta serias deficiencias en aspectos esenciales de su formación. Unos, han aprovechado las ventajas de la sociedad digital; otros, no.

La capacidad para aprovechar esas ventajas digitales me remite a las otras dos cuestiones que quería tratar. Si en relación con la igualdad puede hablarse de un consenso, al menos teórico, no sucede lo mismo ni en lo referente a la importancia del humanismo ni en lo relativo a la memoria. Son malos tiempos para todas esas disciplinas que se engloban bajo la terminología clásica de humanismo. Pierden importancia en los planes de estudio y, lo que resulta mucho más grave, pierden relevancia social ¿Para qué se va a estudiar geografía, historia, latín o filosofía si no tienen aplicaciones prácticas, si con ellas no es posible ganarse la vida? Detrás de este pensamiento, se esconde uno de los grandes dramas de nuestro modelo social: un extraordinario avance tecnológico y científico tiene lugar sin el imprescindible soporte teórico reflexivo y ético que sólo una conciencia humanista puede aportar. La educación debe ser el primer instrumento para lograr esa base teórica. No parece que haya conciencia de ello.

Y sólo desde el conocimiento será posible gestionar todos los recursos que
el mundo digital ofrece

Lo anterior me lleva a la reivindicación de la memoria. Los denominados conocimientos memorísticos son criticados aquí y allí. La memoria debe ser suplida por otras habilidades. Esas herramientas pueden ser útiles, incluso imprescindibles. Pero ello en nada desdice seguir considerando a la memoria como un aliado obligado de cualquier proceso formativo. La memoria es necesaria porque el conocimiento precisa de la acumulación de información. Y sólo desde el conocimiento será posible gestionar todos los recursos que el mundo digital ofrece.

Sin memoria, sin información, sin conocimiento, no habrá ciudadanos ni igualdad. Todo lo más, un conjunto de especialistas incapaces de entender que el mundo exige algo más que técnicos sin alma. 

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