Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Rinoceronte, cisne o dragón

Rinoceronte, cisne o dragón
Rinoceronte, cisne o dragón
Heraldo

La invasión rusa de Ucrania no es un fenómeno inédito en la historia de la Humanidad.

Tampoco lo son la covid ni los terremotos. Guerras, pandemias y catástrofes naturales se han sucedido con una secuencia aleatoria. La concatenación de rinocerontes grises (desastres predecibles, que se ven venir), cisnes negros (los que, cuando acontecen, parecen completamente inesperados) y reyes dragón (sucesos impensables, de consecuencias más profundas y generalizadas) se ha producido desde el inicio de los tiempos. Es útil organizar así la Historia, pero esta taxonomía propone distinciones que no son siempre fáciles de determinar: ¿Dónde encajar el ‘brexit’? ¿Y a Donald Trump? ¿Y la irrupción del metaverso? Una cuestión acuciante en estos momentos es cómo será el desenlace del desafío bélico de Putin. ¿Será elefante, cisne o dragón? En todo caso, no es previsible un gran conflicto internacional, aunque sí un reajuste de los equilibrios del poder.

Estados Unidos es la primera economía mundial desde finales del siglo XIX, cuando superó a Inglaterra. Su poderío tecnológico y científico la consagró. Por eso el XX fue el ‘siglo americano’. Solo la URSS logró actuar como un contrapoder durante la Guerra Fría. La caída del Muro de Berlín, en 1989, alteró este esquema y Washington se convirtió en la única superpotencia. Pero esta preeminencia se viene desvaneciendo ante el imparable avance de China, que poco a poco vuelve a ser el ‘Imperio del Centro’, como fue conocida históricamente.

La fábrica de BSH en Zaragoza ha tenido que parar por falta de chips procedentes de
Asia. Ocurre en todo Occidente

Conviene recordar que los estudios de Angus Maddison han demostrado que en el año 1700 la primera potencia económica mundial era la India. A principios del siglo XIX, era China quien ostentaba ese liderazgo, que perdería cuando los avances de la revolución industrial catapultaron primero a Inglaterra y después a Europa y EE. UU. A mediados del siglo XIX, la tecnología facilitó en Occidente la fabricación de mercancías abundantes y baratas que erosionaron los sistemas productivos asiáticos. Dos siglos más tarde, hoy ocurre justamente lo contrario: los productos procedentes de China, Taiwán, Corea del Sur, Singapur y otros ‘tigres’ asiáticos ponen en dificultades a numerosos sectores económicos occidentales. La globalización no ha aplanado el mundo, como pronosticó Thomas Friedman (‘El mundo es plano’) en 2005. No se ha cumplido el plan eurocentrista de que las fábricas se marcharían a Asia, mientras que los servicios de valor y la I+D se quedarían en las dos orillas del Atlántico. Los hechos han demostrado que Occidente centrifugó su bienestar y su supremacía tecnológica cuando dejó escapar la industria.

Los países asiáticos perdieron sus posiciones de privilegio hace doscientos años por no subirse a tiempo al tren de la primera revolución industrial. Ahora pugnan por liderar la cuarta revolución, la digital. Baste constatar tres hechos. Primero, que las fábricas occidentales están semiparalizadas estos días por la escasez de los microchips de origen asiático. Segundo, que Baidu, Tencent, Alibaba y otros gigantes tecnológicos chinos progresan a un ritmo similar al de Google, Amazon o Facebook. Y tercero, que por primera vez Pekín ha superado a Washington en una tecnología emergente, el 5G.

Es un síntoma de la actual pugna por el liderazgo tecnológico, que China perdió hace dos siglos y ahora intenta recuperar

¿Cuál será el próximo acontecimiento disruptivo? Anticipar un cisne negro, por definición, es casi imposible. Y absolutamente imposible es predecir los reyes dragón porque son sucesos inconcebibles. Pero los rinocerontes grises están a la vista, avanzan a toda velocidad y se puede prever su movimiento. Uno de los más grandes es el protagonismo tecnológico de la mayor dictadura del mundo. De hecho, China va por delante de Estados Unidos en la carrera de la computación cuántica, uno de los tres pilares (junto con la inteligencia artificial y la energía de fusión nuclear) de la supremacía tecnológica que dará el poder planetario.

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