Pellizcos en el alma

Pellizcos en el alma
Pellizcos en el alma
Pixabay

El ritmo frenético de los móviles y las citas apresuradas de este tiempo nos empujan por raíles de alta velocidad por los que uno se conduce sin pararse en lo que merece la pena.

Se deja arrastrar por la comodidad de la corriente, inmerso en la nebulosa complacencia del bienestar. Hasta que al volver la mirada atrás por el rabillo del ojo, se da cuenta de la cantidad de cosas que va dejando pasar en esa alocada carrera hacia no se sabe dónde.

No me importa reconocer que muchas veces, unido al duelo, siento un pellizco en el alma cuando tengo que decir adiós, el adiós temporal de esta vida, a alguien a quien quiero. Me doy cuenta del tiempo que podía haber desgastado con esa persona, mil otros instantes que ahora echo de menos. Por no haber sido capaz de arrancarle unos minutos a esa carrera desaforada por hacer cosas mucho menos importantes de lo que parecen vestidas.

Una llamada, un mensaje, un encuentro, un café… resultan inversiones de unos pocos minutos, reconfortantes, que abren un paréntesis en el acelerón inquieto de las obligaciones y contribuyen a otorgar una dimensión más pausada a los aconteceres del día a día.

Me impone respeto contemplar cómo se agiganta la soledad de muchos mayores a los que el paso del tiempo arrincona cada vez más, asentada su mirada en la oscuridad de un futuro diseñado sin alicientes y esculpido de depresión. Aquellos a los que apartamos de los caminos que ellos asfaltaron y por los que hoy todos nos conducimos sin apreciarlos.

De paso, me pregunto si hemos sido capaces de transmitir, de agradecer, la huella que cada una de esas vidas hoy desgastadas nos ha ido dejando; méritos adquiridos que exigen al menos el reconocimiento de una conversación, de unos minutos de charla, de un abrazo… que se hacen portadores de una luz en la mirada y una pizca de ilusión. Solo una sociedad desnortada se permite dar la espalda a todos esos que allanaron el camino para que hoy recorramos la vida en esa azarosa alta velocidad por la que nos conducimos; que de vez en cuando pega un frenazo para pellizcarme, para pellizcarnos, el alma.

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