Por
  • Francisco José Alfaro Pérez

El ‘no escudo’ de Caracas

El ‘no escudo’ de Caracas
El ‘no escudo’ de Caracas
Lola García

En estos tiempos convulsos de memorias y desmemorias todo parece adquirir cualidades líquidas, gaseosas o etéreas, como han indicado Bauman y otros intelectuales. 

De ello no se han librado los emblemas, con la creencia de que alterar las identidades colectivas supone también hacerlo con el pasado o justificar el presente. Pero no es así. A la capital venezolana, sus dirigentes le han inventado una bandera y un ‘no escudo’ que incumplen las reglas elementales de la vexilología y la heráldica.

En 2010, la Revista Aragonesa de Emblemática (IFC) publicó un estudio sobre el origen del escudo de Caracas. Se basaba en el fundador de la ciudad, Diego de Losada, en su origen zamorano (Rionegro del Puente, antiguo reino de León) y en su linaje: un león. Ahora, ciertos sectores caraqueños ven en este emblema del siglo XVI un símbolo de la ‘opresión española’. Como si entre 1567 y 2022 no hubiera ocurrido nada.

No será en estas líneas donde se niegue al ser humano la posibilidad de cambio, pues nada es para siempre; pero es mejor acometerlo desde el conocimiento. Hasta unos calzones de color al gusto pueden servir por bandera, si el pueblo lo quiere, pero han de estar bien puestos. No es el caso.

Después de erigirse la ciudad llamada Santiago de León de Caracas en 1567, Felipe II le dio por armas (parlantes –coincidentes con el nombre de la nueva urbe–) un león rampante que porta una ‘venera’ con la cruz de Santiago, que se entendieron en sus colores por ser el sello monocromo. Así se han mantenido hasta ahora, sin causar ningún conflicto y sí un sentimiento de orgullo por su antigüedad: 4 de septiembre de 1591.

En la documentación histórica hay variantes menores del sello, pero ninguna modifica la esencia del original. En 1967, a los cuatro siglos de la fundación de Caracas, se emitieron medallas conmemorativas en cuyo reverso aparecía un escudo oficioso con tres cuarteles: en el primero, un español al que se identifica por su yelmo y barbas; en el segundo, un nativo; y, en el inferior, el león de la ciudad. Todo, flanqueado y protegido por una pica europea y una lanza americana, así como un haz de rayos. Su significado es obvio: la unión de todos hace la fuerza y todo se hace uno. La unión es la piedra angular y sin ella todo es inestable. Sobre esta composición conmemorativa, diseñada sin complejos y con conocimiento heráldico, se situaron una estatua ecuestre de Simón Bolívar y una representación del poder y la independencia venezolanos: su Capitolio y dos rascacielos (las Torres del Silencio).

Contraviniendo a la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y a otros expertos, el 13 de abril de 2022 se han oficializado nuevos emblemas para rememorar el fallido golpe de estado chavista del año 2002. No valoraré aquí la circunstancia política ni entraré en el mundo de los sentimientos: solo mencionaré brevemente aspectos técnicos.

El nuevo escudo que las autoridades del régimen chavista han ideado para la capital venezolana –que ya tenía su emblema desde 1591– rompe con aspectos fundamentales de la historia de la ciudad y no respeta las reglas técnicas de la Heráldica

El nuevo ‘no escudo’ toma como modelo el anverso (no heráldico) de algunas de aquellas medallas de 1967 donde aparecen las efigies de Guaicaipuro, el propio Losada y el negro Miguel. Este artificio de 2022 introduce dentro del blasón los tres bustos –solapados y de perfil– cambiando, eso sí, a sus protagonistas por una indígena tocada de plumas (con los colores nacionales), una mujer de raza negra y a Simón Bolívar, este en primer plano. Bajo ellos, una representación realista del cerro El Ávila que rodea a la ciudad. Pues bien, la composición es heráldicamente incorrecta: los muebles principales –los retratos– están mal colocados, además poseen elementos descriptivos que no corresponden a estos usos y lo mismo sucede con los colores. Otro tanto ocurre con la montaña en su nueva bandera; y también con el significado que se quiere dar a esa estrella denominada ‘rebelde’, blanqueada en su pendón, pero que bien podría ser la de Belén o la Polar. La Heráldica tiene sus reglas, que no son las del cómic ni las del arte pictórico. Y no se han seguido. Me temo que el conocimiento no ha cooperado en este cambio.

Por ello cabe dar la enhorabuena a los padres. Aunque acaso quepa felicitarlos cuando estos nuevos y pintorescos emblemas pervivan cuatrocientos años, como los anteriores. (Psicología inversa, ya saben).

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