Un triángulo imperfecto

Un triángulo imperfecto
Un triángulo imperfecto
Heraldo

El tres es un número con contenido mágico. Muchos fenómenos se explican por la conjunción de tres causas. Hoy quiero hablar de uno de ellos.

La situación social de España, y de Occidente en general, es muy desconcertante y en ella se aúnan tres sentimientos totalmente contrapuestos. Por un lado, los gobiernos intentan ofrecer una imagen de entusiasmo exagerado ya que, gracias a ellos, nuestras sociedades viven momentos de progreso económico y avance social como nunca antes. El segundo lado del triángulo lo forman las diversas oposiciones, política, mediática y de opinión. Para estos, estamos en una situación catastrófica que nos va a llevar a un futuro sin futuro, valga la redundancia. Todo lo emprendido por los gobiernos, sean del signo que sean, es erróneo y nos hace caminar en la mala dirección.

Pero el lado de la figura más preocupante es la sensación de depresión generalizada de nuestras sociedades. La incredulidad ante cualquier cosa, la falta de iniciativas colectivas de largo alcance y el pesimismo sobre el futuro son muestras de ello. Hoy la filosofía imperante no es el escepticismo, es nihilismo reinterpretado. Nadie cree en nada y todos se enorgullecen de ello.

Entre el triunfalismo de los que gobiernan y el catastrofismo de quienes hacen oposición, los ciudadanos estamos cayendo en la depresión

¿Qué nos ha llevado a que tengamos una imagen tan negativa de lo que hemos construido? Realmente no lo sé, pero si miro hacia atrás en el tiempo, y mi edad ya me lo permite, lo entiendo menos si cabe.

Los jóvenes sienten que son poco más que mano de obra barata en pisos de alquiler caros. Los mayores se sienten tratados como idiotas y abandonados en el carril de los lentos de la autopista digital. Los trabajadores de cualquier sector se consideran los perjudicados de la crisis y que son el colectivo sobre el que recae siempre el coste de cualquier reconversión. Los más pudientes también piensan que los gobiernos no quieren recaudar impuestos para construir el Estado de bienestar, sino exclusivamente con afán recaudatorio. Podría seguir, pero me quedaría sin espacio.

Como he dicho, una mirada hacia nuestra propia historia no justifica este estado de depresión colectiva. La vivienda, ¿cuándo fue barata y asequible en España? Al final del franquismo, nuestros padres pedían una hipoteca que tardaba semanas en ser contestada, que no concedida. En los años ochenta y noventa, estas mismas hipotecas llegaron a costar más del 15% anual. A principio de este siglo, los pisos duplicaron su valor en pocos años. En cuanto al trabajo, los que acabamos nuestros estudios en los años ochenta nos enfrentábamos a un país ‘reconvertido’, es decir, con una estructura económica anterior obsoleta y que había que derruir primero para poder construir otra nueva. Los servicios sociales ni eran de calidad ni universales. ¿Quién no guardaba horas de espera en los hospitales de entonces? ¿Qué escuelas públicas tenían otros medios que no fueran una pizarra y un paquete de tizas?

Pero si miramos hacia atrás, deberíamos valorar el camino recorrido y recuperar la ilusión de etapas anteriores

La guerra de Ucrania es, desgraciadamente, una más en la cadena de conflictos interminables desde Vietnam (Afganistán, Oriente Próximo, guerrillas latinoamericanas, África, Balcanes, etc.). No, no estábamos mejor. Solo en una cosa superábamos al momento actual, y esto que voy a decir no es cuestión menor. Éramos un país tremendamente ilusionado con nosotros mismos y nuestras posibilidades. Haber salido del marasmo de la dictadura, entrar en Europa, ser mínimamente reconocidos por otras naciones nos permitía pensar que todo tiempo pasado fue peor y que el futuro solo nos iba a traer alegría. Esto es, para mí, el gran cambio.

Ya nada nos ilusiona. Algo podemos hacer para que esto no siga así. Mi propuesta es apartar a todo aquel que no aporte y cuya única oferta sea que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Si seguimos teniendo que elegir entre triunfalismo y catastrofismo, el resultado está claro, depresión colectiva.

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