Por
  • María Antonia Martín Zorraquino

Corrección y urbanidad

Corrección y urbanidad
Corrección y urbanidad
Pixabay

El concepto de ‘corrección idiomática’ no se presta a definición clara. 

El término suele ajustarse a la imitación de los buenos escritores. En su excelente ‘Gramática de la lengua española’, Emilio Alarcos, cuyo natalicio centenario se conmemora estos días, precisa: "La Academia, con mutaciones varias a lo largo de sus casi tres siglos de vida, ha defendido criterios de corrección basados en el uso de los varones más doctos". Pero ciertos lectores quizá tuerzan el gesto: "¿Cuáles son esos varones?, ¿esos escritores que siembran de tacos sus artículos?".

El gran romanista Eugenio Coseriu postula que el término ‘corrección’, referido al uso de la lengua, remite a tres ámbitos distintos: al saber lingüístico universal (al hablar en general), al conocimiento de una lengua concreta (por ejemplo, el español), o al saber emplear tal lengua en una circunstancia definida (‘verbi gratia’, al saludar a alguien). En el primer caso, se trata, no de corrección, sino de congruencia lingüística, y en el tercero, de adecuación al contexto comunicativo. Solo en el segundo caso puede hablarse de ‘corrección’, ya que, solo en ese ámbito, el hablante se ajustaría propiamente, o no, a la técnica históricamente constituida que es todo idioma. Así: "La tierra consta de cinco continentes que son cuatro: Europa, Asia y América", sería una expresión correcta, pero incongruente; "Ya veo que su padre tiene cáncer y pronto va a estirar la pata" sería también correcta, pero inadecuada (ejemplos, ambos, de Coseriu), mientras que "Mí no saber mucho", sería una oración incorrecta, ya que, frente a "Yo no sé mucho", reflejaría un claro desajuste en la concordancia de número y persona gramaticales que liga al verbo y al sujeto. De quien profiriera la primera frase quizá diríamos que no anda muy bien de reflejos –o de memoria–, del hablante segundo, que carece de sensibilidad, y del tercero que no habla correctamente el español.

Quienes se ocupan de la corrección idiomática en la prensa –recordemos, por ejemplo, ‘El dardo en la palabra’ de Fernando Lázaro Carreter, o ‘Limpia y fija…’ de Mariano de Cavia– se refieren fundamentalmente al ámbito mencionado como tal, ya sea en el nivel gramatical (respecto, ‘verbi gratia’, a ‘este agua’, en lugar de ‘esta agua’, o ‘la dije que viniera’, en vez de ‘le dije que viniera’), o en el léxico (Cavia defendía, por ejemplo, ‘balompié’ frente a ‘fútbol’, anglicismo intolerable para él). Más raramente censuraban ejemplos inconvenientes o inadecuados, si bien Lázaro Carreter ofrece preciosos dardos sobre el desafortunado tuteo hacia las personas mayores por parte de algunos profesionales. Ciertamente, las incorrecciones idiomáticas a menudo triunfan (fútbol lo ha hecho sobre balompié) y claro está que las inadecuaciones contextuales reciben una censura mucho menos generalizada: para muchos lectores que un escritor emplee tacos no lo rebaja como autor, mientras que para otros constituye una práctica inaceptable.

No es lo mismo la incorrección idiomática –falta de pericia en el uso de una lengua– que la inadecuación lingüística –hacer un uso chocante, descortés o agresivo del lenguaje–, pero de ambos problemas tenemos muchas muestras en nuestro entorno

Pese a la distinción entre corrección lingüística y adecuación contextual, las quejas que actualmente oímos respecto a lo mal que habla la gente afectan a ambos tipos de fenómenos descritos: los incorrectos y los inconvenientes. Y yo creo que más a los segundos que a los primeros. Cabe preguntarse por qué se dan ambos tipos de desviaciones. En un país donde desde hace cincuenta y dos años se ha conseguido un tramo esencial de educación general obligatoria, resultaría incongruente que no se hubiera logrado una formación lingüística de impecable corrección en el hablar… y en el escribir. Si el éxito no es total, está claro que deben implementarse las horas dedicadas al estudio de la lengua y de la literatura españolas y la exigencia en su valoración, porque hablar y escribir con corrección son las puertas que abren las de todos los aprendizajes. Más peliagudo es el asunto de la orientación para un comportamiento verbal adecuado al contexto.

No voy a invocar el viejo Carreño (1885), o las clases sobre urbanidad y buenas maneras de antiguos planes de estudios. Pero sí creo que el espacio y el tiempo dedicados a la reflexión y enseñanza sobre algunas normas básicas de urbanidad lingüística evitarían que el griterío de algunas tertulias televisivas, la práctica casi permanente de interrumpir al interlocutor, el empleo de insultos, la ironía agresiva o la sistemática degradación de las personas vengan a resultar modelo digno de imitar en lugar de constituir un ejemplo claro de lo que no debe ser, de ninguna manera, la conducta verbal ciudadana.

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