Darío y el dragón

Imagen del Vencimiento del dragón en Alcañiz, donde San Jorge se enfrenta al dragón en la plaza de España de Alcañiz.
Darío y el dragón
Pili Martínez Valero

El domingo pasado se recuperó en Alcañiz, después del parón de la pandemia, la ceremonia del Vencimiento del Dragón. 

Por el mal tiempo anunciado, se trasladó al día 24, en ese espacio gótico de la plaza de España, llena de un público entusiasta, con muchos niños aupados por sus padres para que no se perdieran nada. Esta Fiesta de Interés Turístico de Aragón, que atrae cada año a más visitantes, es una representación muy trabajada y con una música que dice mucho de la tradición musical de Alcañiz, ciudad que cuenta con Conservatorio y con dos bandas de música.

Se representa la lucha entre el bien -San Jorge- y el mal -el Dragón-, pero el vencimiento no se lleva cabo con la espada sino con un ramillete de flores, símbolo del bien y de la bondad. El acto contó con niñas danzantes, con el desfile de los caballeros calatravos -que fueron señores de Alcañiz y su encomienda- y con siete jinetes a caballo que acompañaban a San Jorge. Desde 1998 es Juan Pardo quien da vida al santo patrono y protector de Aragón.

La narradora recordaba el sentido del acto. Caballeros y caballos lucían en sus capas las barras de Aragón. Y es que este singular acto es una manifestación de amor a Aragón, de ese compromiso profundo hacia esta tierra que sentía el creador del Vencimiento, Darío Vidal. El año pasado se cumplían los 25 años de la ceremonia y se recordó especialmente a Darío. Al ser esta de 2022 la primera representación tras estos años de parón, volvió a estar muy presente en Alcañiz. Junto a la corporación municipal estaban en la plaza dos de sus hijos, Rubén y Susana Vidal.

"Ahí te mando, agavillados en forma de libro, esos artículos que hablan de nuestra debilidad, de nuestra ocupación, de nuestra preocupación, de ese vicio nuestro llamado Aragón". En otoño de 1996 Darío me enviaba su nueva publicación, "Harina de este costal", y en la dedicatoria resumía la pasión que sentía por nuestra tierra. No exageraba en absoluto. Le conocí en la legislatura política de 1987-1991, cuando fue consejero de Cultura en el gobierno presidido por Hipólito Gómez de las Roces, etapa en la yo era jefe de Prensa de la DGA. Era un hombre abierto y optimista del que era fácil hacerse amigo. Para Darío, Alcañiz fue su refugio vital, donde, como me decía, estaba "recluido como un ermitaño". Un ermitaño profundamente activo, con iniciativas continuas.

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