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  • Laura Bordonaba Plou

Patio de recreo

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Patio de recreo
Pixabay

Nuestra infancia no ocurrió nunca tal y como la recordamos. 

Y es que, como un mecanismo de defensa, nadie quiere traer a la memoria que una vez fue cruel, o cobarde, o silenciado.

En la película ‘Un pequeño mundo’ Nora y Abel son dos hermanos que nos muestran, a través de las clases y de un patio de recreo, esa violencia infantil que aterra al espectador más que algunas películas del género.

La violencia del acoso, desde la perspectiva del que la sufre o la ejecuta, pero también la violencia implícita a un sistema caprichoso de jerarquías de invitaciones de cumpleaños, de comentarios sobre padres que están en paro, del racismo y en definitiva una violencia física y otra verbal o emocional que nos empuja siempre a querer encajar, a sentirnos aceptados. A no caernos de la barra de equilibrios de la clase de educación física a la que Nora tiene tanto miedo.

Mejor el otro que yo. Ese pensamiento subyace a nuestra capacidad de mirar y callar al ver cómo hacen daño a los demás. Y así, una parte de nosotros se queda para siempre atrapada entre esos barrotes por los que mira el padre en paro de Nora y Abel, sometido también a la violencia de la vergüenza. Porque un padre que va a recoger siempre a sus hijos y que se ocupa de la casa es señalado como un papá que pierde el tiempo, que no es productivo, en un sistema también violento con los roles de los cuidados y de la posición económica. Y es que la crueldad social también puede engendrar violencia infantil.

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