Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Aragón, en la infocracia

Aragón, en la infocracia
Aragón, en la infocracia
Heraldo

La digitalización y el dataísmo avanzan inexorablemente. 

La función humanista que el libro desempeñó desde la antigüedad entró en crisis después de la Primera Guerra Mundial con el establecimiento de la cultura de masas. Así lo explicó Sloterdijk. La radio y la televisión consolidaron una cultura posthumanista que relegó el libro. Habermas, en ‘Historia y crítica de la opinión pública’ (1962), argumentó que los medios de comunicación electrónicos destruyen el discurso racional determinado por la cultura del libro y producen un declive de la esfera pública democrática, que denominó ‘mediocracia’. Ahora, otro filósofo alemán, aunque de origen coreano, avanza en esta línea argumental para denunciar que el tsunami de datos que sufrimos los ciudadanos despliega fuerzas destructivas y deformantes de las democracias. Byung-Chul Han describe este nuevo fenómeno con el título de su último ensayo, ‘Infocracia’ (2022).

Estos y otros pensadores consideran, pues, que la llegada de la era postindustrial, que tiene por eje la información, va unida a un deterioro de la democracia. Se percibe también, y de forma paralela, un empobrecimiento del capital social, un detrimento de ese conjunto de valores y normas informales que comparten los miembros de un grupo. Se trata de una carencia relevante porque es el lubricante que hace que cualquier sociedad u organización funcione de forma más eficiente.

El Aragón moderno, el autonómico, cumple cuarenta años

Los gobernantes siguen obsesionados con el crecimiento económico, con el Producto Interior Bruto (el valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos por un país). Sin embargo, el objetivo de la política no es solo potenciar el bienestar en función de este índice. Debe haber redistribución de la riqueza (a través de los gastos sociales y de los impuestos progresivos), pero también distribución (con buenos salarios y dividendos) y predistribución (potenciando las capacidades y habilidades de las personas, a través de la educación y la cultura, para mejorar sus oportunidades de empleo y sueldo). También hay que cultivar la cohesión social basada en los valores compartidos.

Hoy, al celebrar el Día de Aragón, cabe interpretar que los aragoneses queremos una Comunidad que no solo se base en cálculos numéricos, datos y algoritmos. Somos un pueblo fundado sobre leyes (Joaquín Costa ‘dixit’) y valores. Como afirmara Robert Kennedy en 1968, no medimos nuestra felicidad solo en el PIB: "El PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país. Lo mide todo, en suma, salvo lo que hace que la vida merezca la pena".

Lograr otras cuatro décadas de exitosa historia depende en esencia de tres elementos: prosperidad inclusiva, consensos políticos y cohesión social fundamentada en nuestros valores

Aragón, tanto en la transición democrática como en la actual ‘infocracia’, se fundamenta en sus valores y sus ritos. El conjunto de estas normas no escritas conforma el carácter idiosincrásico de un pueblo, su "espíritu" en términos de Montesquieu. Son sus principios sociales, esos que viene definiendo la sabiduría acumulada desde tiempo inmemorial.

Por eso, en cuanto que herederos de Grecia, Roma, el cristianismo y la Ilustración, somos estoicos, epicúreos y escépticos. Al final, nuestra historia común se basa en habernos ayudado unos a otros. Esto nos ha hecho más fuertes. Así debe seguir siendo en un siglo XXI más digital, narcisista y caracterizado por la falsa ‘libertad de la yema de los dedos’.

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