¿Hacia un mundo feliz?

¿Hacia un mundo feliz?
¿Hacia un mundo feliz?
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Compartí hace unos días una tertulia con un grupo de docentes de la ESO para comentar el ingente y seráfico mamotreto del Real Decreto 217/22, de 29 de marzo pasado, sobre ordenación y enseñanzas mínimas de la educación secundaria obligatoria. 

Mis tres contertulios coincidían en afirmar, en una primera aproximación tras digerir el indigesto articulado con sus extensos y reiterativos anexos, que toda esa furrufalla de literatura administrativa de nueva generación no era más que un brindis al sol, derivado de uno de los apartados del enrevesado plan de recuperación, resiliencia, etc., etc., con que este Gobierno pretende reconducir este viejo y pícaro país hacia los paraísos de la modernidad y de un mundo feliz. Esta vez es el camino de la educación secundaria el que nos ha de llevar a las más más altas cumbres de una sociedad centrada, conocedora y entrenada en los asuntos de perspectiva de género, sostenibilidad de no se sabe qué y otras zarandajas igualitarias. Aunque será también, con toda probabilidad, la sociedad más ignorante de todos los tiempos y la más incapaz para hacerse con las riendas de la gobernación y administración del país.

Bramaban mis interlocutores contra la indefinición, la ambigüedad y el todo vale que se desprende de las 217 páginas que han sido necesarias para desarrollar este nuevo real decreto educativo tras haber tenido que soportar en su vida profesional nada menos que ocho diferentes leyes de educación. Una tragedia, un verdadero desastre para las jóvenes generaciones del país, que están pagando y van a pagar la inutilidad e impotencia de que los sectarios politiquillos que pueblan España no hayan sido capaces de ponerse de acuerdo en establecer un pacto de estado por la educación que establezca un sistema estable y con miras de permanecer en el tiempo homologando la preparación escolar de las generaciones que en su día habrán de dirigir y organizar la nación desde la experiencia, el conocimiento y la prudencia.

He tenido la paciencia de bucear en esas 217 páginas para encontrar los inequívocos signos del sectarismo que inspira ese real decreto, y hasta para divertirme con la insistencia machacona en que aparece por todas partes ese neoconcepto de la perspectiva de género que debe aplicarse a todas las materias del currículo educativo. Presten atención, si tienen tiempo, y lean el anexo que se refiere a la enseñanza de las matemáticas, verdadera jerigonza que confunde la velocidad con el tocino y nos lleva a ensoñaciones abracadabrantes. Y muy poco matemáticas, que sería lo importante.

También me ha preocupado la tolerancia y la laxitud para obtener titulaciones, tanto por los sistemas de evaluación que se proponen, alejados de cualquier medición objetiva, cuanto por la práctica eliminación del mérito y el esfuerzo, valores cuya consideración bien puede deducirse de nuestro texto constitucional, aunque aquí se hayan ignorado por completo.

Yo creo que así vamos hacia una sociedad distópica, al estilo de las que pronosticaron Orwell y Huxley. No querría yo ser un ‘épsilon’ en su presunto mundo feliz.

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