La primera contienda global
Después de 54 días de guerra, está claro que detrás de Ucrania no solo están los intereses de Putin sino también una nueva batalla entre democracia y dictadura.
La II Guerra Mundial ya derrotó al fascismo, y la Guerra Fría, al comunismo. Ahora asistimos a la primera contienda global.
Desde la caída del muro de Berlín (1989), se generalizó la tesis de que a medida que los países se desarrollasen, se querrían parecer a Occidente. El atractivo era nuestro modo de vida y nuestros valores (imperio de la ley, dignidad de la persona, pluralismo y derechos humanos). Y al occidentalizarse, todos se volverían más individualistas, burgueses, consumistas y pacíficos, como nosotros.
Los hechos niegan esta hipótesis. No hay una convergencia, sino divergencias. Primero, hay menos globalización económica que hace un lustro: las cadenas de suministro se han roto. Segundo, hay más nacionalismos: Boris Johnson en Gran Bretaña, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría o Le Pen en Francia. Tercero, hay menos libertad política: el mundo ha experimentado 16 años consecutivos de declive democrático. Y cuarto, hay más disparidad ideológica sobre conceptos básicos como familia, educación, género u orden social.
Hoy estamos viendo cómo estas divergencias están siendo atizadas por los autócratas que quieren mantenerse en el poder y sembrar el caos en el orbe democrático. Los gobernantes autoritarios utilizan el victimismo nacionalista, las diferencias culturales y las tensiones religiosas como palancas para movilizar a sus conciudadanos.