Por
  • Eva Pérez Sorribes

Tinieblas

Tinieblas
Tinieblas
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Hoy es día de tinieblas. 

Dice la historia bíblica que el viernes de muerte se rasgó el cielo y tembló el suelo bajo los pies. Y ocurre dos mil años después con el estruendo de la guerra y la oscuridad de estos tiempos en los que el conflicto por el gas resucita amenazas de apagones globales y crisis económicas. Los paralelismos en el devenir de la humanidad son tan triviales como nada casuales y una tiene la sensación de que todo está escrito en algún lugar. Pero las tinieblas no solo nos envuelven cada vez que vemos el telediario, muchas veces las peores las llevamos dentro. Ahora nos oscurecen las depresiones que florecen como la primavera y nos hielan como han quedado los frutales, pero seguimos avanzando sin avanzar y viviendo sin vivir, deambulando entre la queja y el lamento, sin ver ni valorar ni más aquí ni más allá. Hechos para trascender, nos conformamos con morder el polvo de cada día, prescindiendo de la mejor parte, que es la que llega este domingo, o cualquier domingo. Decía Llamazares en la ‘Lluvia amarilla’ que los domingos no gustan porque es el único día de la semana en que nos encontramos con nosotros mismos. Y es en esa quietud de los no quehaceres cuando se agitan los fantasmas y nos ponemos frente al espejo, pero también es en el silencio y la reflexión donde reside la esperanza. Y hay que abrirle la puerta. Sin anestesias estériles que bloquean el verdadero conocimiento. Y pasar y vivir todas las hojas del calendario, la de un día de tinieblas como hoy y la de uno de luz como el domingo. Porque todo forma parte de lo mismo, y si hay cruces que nos clavan doloridos en el suelo, todas, al final, apuntan al cielo.

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