Yo, cilantrófobo

Yo, cilantrófobo
Yo, cilantrófobo
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Hace años, en verano, fuimos a cenar a una terraza y nos pedimos una parrillada de verduras que llegó bañada en una reducción de vino Pedro Ximénez. 

No era la primera vez que uno padecía el exceso de ese condimento en un plato porque a España le han estallado modas gastronómicas inmisericordes con el buen gusto, y aquella fue una de estas tendencias sin sentido. Claro que las cosas siempre pueden ir a peor y si aquel día nos pegamos un rato limando los calabacines para limpiarlos, en un ejercicio de esfuerzo que no se veía desde los vecinos de la Costa da Morte con el chapapote, el futuro nos tenía guardada una sorpresa peor: el cilantro.

Recuerdo la primera vez que lo probé pero no qué plato fue su víctima. Yo vi algo que me pareció perejil y cuando lo tenía en la boca, pensé que me estaba comiendo un ambientador de coche olor a pino. "Es el cilantro, refresca mucho el sabor", me explicó el camarero, sin darme pie a comentarle que para refrescar mejor abrir dos ventanas que hagan corriente y no fastidiarme la comida. Claro que lo que no me imaginaba yo era que semejante destrucción gastronómica iba a alcanzar cotas tan altas, al punto de que ya voy asustado por si me lo van a poner hasta en un cruasán a la plancha.

Ante esta desazón por la escalada de violencia gastronómica irrefrenable, he optado incluso por buscar respuestas que me pongan a mí como culpable, visto que el mundo camina sin demasiado problema hacia esta destrucción. Y leyendo, se ve que una de las teorías es que el problema lo tenemos yo y mi gen OR6A2, cuya configuración (como la de todos los cilantrófobos) hace que esta hierba nos sepa a jabón, ambientador o metal. De ser esto cierto, nos abre toda una vía de posibilidades para librarnos del mal vivir que nos dan todos esos bares y restaurantes a los que uno llega confiado, incluso pidiendo que lo quiten, pero te responden que "está ya mezclado".

Lo cierto es que la vida ya es demasiado complicada como para echarle cilantro a la comida. Por eso hago este llamamiento, este grito de auxilio en estos días de fe y de esperanza tras el sufrimiento, para lograr un futuro de democracia real, respetuosa, equitativa, donde el cilantro sea una opción. Como la cafeína, la nicotina y el resto de las cosas que nos hacen daño porque no sabemos decir no.

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