La oveja maellana

Ejemplares de oveja maellana.
Ejemplares de oveja maellana.
Arama

El pasado marzo, Diébédo Francis Kéré, arquitecto nacido en Burkina Faso, recibía el premio Pritzker y nos traía la emoción que siempre produce ser ‘hijo’ de las primeras veces. 

Fue el primer niño de su aldea que estudió; el pionero en tener una beca con la que se hizo carpintero en Berlín; y ser también el joven que, una vez allí, cursó arquitectura en la Technische Universität, hasta ser, de vuelta a casa, el primer Pritzker africano. Para debutar, construyó una escuela en su aldea natal, Gando, hecha de ladrillos de arcilla fabricados a pie de obra, con un sistema singular de aireación natural, para que las nuevas generaciones de su pueblo tuvieran unas instalaciones de las que él careció. Arquitectura de calidad, con recursos sencillos y elementales, para cambiar la vida de la gente, que Kéré ha aplicado en obras sucesivas. Plasma así el significado de su nombre, Diébédo, "el que vino a mejorar las cosas", como explicó a Llàtzer Moix en una enriquecedora entrevista.

Para Kéré, la sostenibilidad no es una tendencia sino lo natural; la arquitectura icónica, un problema, desde la convicción de que todo lo que se construye de más y no es necesario es un despilfarro; y los materiales a usar, mejor que sean del lugar y con las mayores prestaciones, al mínimo coste y el mínimo mantenimiento. Maneras de hacer que, tras las restricciones que va a traer la guerra, nos obligan a todos a cambiar la mirada y dejar atrás los excesos.

Por eso ha sido reconfortante que el principal galardón mundial de arquitectura, que tanto apostó por lo icónico y excesivo, se fije en Kéré y en el valor de la coherencia de cada uno con su contexto. En muchas facetas.

Bien cerca tenemos a varios jóvenes trabajando con la misma filosofía, como Alberto Sánchez, Ismael Pizarro y Guillermo Bosque, quienes han hecho de Used su campo de trabajo para defender la arquitectura tradicional. Así lo van contando en sus inspiradoras cuentas de Instagram ‘@casadepueblo’, ‘@paisajeencontrado’ y ‘@la_lazara’, desde las que comparten su aprendizaje.

Nuestro territorio y sus habitantes merecen que los tratemos con respeto
y que quedarse en los pueblos sea motivo de orgullo, devolviendo dignidad
a actividades fundamentales para preservar así un legado milenario

Es una actitud que, como dice Alberto, el iniciador de esta fructífera cordada de Campo de Daroca, debe abrirse a más profesiones para recuperar formas de vivir a las que se les han ido amputando funciones y que las crisis que nos devastan en este amargo siglo XXI obligan a reconsiderar.

Es el mismo clamor de los emprendedores de otra zona de Aragón, el Matarraña. Varios de ellos acaban de coincidir en la Torre del Visco –ese espejo en el que se han mirado muchos de los mejores establecimientos turísticos del Matarraña–, para reivindicar sus diferentes ocupaciones y defender el derecho a que su territorio siga vivo. El agricultor ecológico de La Portellada y su gran conocimiento de la huerta aragonesa. El emprendedor que se ha embarcado en hacer el mejor aceite desde Calaceite. O los ganaderos que luchan por salvar nuestras especies, como la oveja maellana, una de las cinco razas aragonesas –las otras son ojinegra de Teruel, roya bilbilitana, rasa aragonesa y ansotana–, y de la que apenas quedan mil cabezas. Todos, conjurados para que demos a la alimentación la importancia que tiene frente a otros consumos: buenos productos –que hay que pagar–, frente a la alimentación industrial y el enésimo modelo de móvil.

Se trata de devolver el respeto y el orgullo a actividades fundamentales para preservar un legado milenario. Que nuestros jóvenes se sientan orgullosos de ser ganaderos, hortelanos, carpinteros, hosteleros o albañiles. Que las escuelas sean los marcos físicos y mentales de cada lugar donde crezcan nuevas generaciones arraigadas y orgullosas de permanecer en sus territorios.

Y que la oveja maellana paste por los predios del Bajo Aragón con la dignidad y el porte con que ha sido retratada por un gran fotógrafo, José Barea, para su proyecto ‘Bestiarium’ de razas autóctonas españolas (‘bestiariumrural.com’). No es una especie más. Es una de nuestras pocas especies que aún pace en un paisaje que también hay que conservar.

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