Por
  • Julio José Ordovás

Aguafuerte del Rastro

A primera hora ha habido filas para entrar al rastro, que hoy tenía solo el 25% de los puestos.
Aguafuerte del Rastro
Francisco Jiménez

Objetos, objetos", repite como una cacatúa el gitano que vende porcelanas, platos de esmalte, relojes de pared, lámparas de pie, cajas de madera repujada, jofainas, cuadros con marcos dorados, máquinas de escribir, bandejas de plata oxidada y una gramola que, asegura, funciona como si fuera nueva.

"¿De verdad?", le pregunta un improbable comprador. "Te lo juro por mis muertos", le contesta el gitano juntando las yemas de los dedos índice y pulgar y llevándoselos a la boca.

El vendedor del puesto vecino se calienta las manos con el café con leche en vaso de plástico que le ha traído su mujer de la cafetería tapado con papel de aluminio. Dos policías locales inspeccionan los papeles de un vendedor de ajos al que le falta el dedo meñique de la mano izquierda. Una mujer con el pelo rubio recogido en un moño y la nariz enrojecida por el frío de la mañana vende rollos de bolsas de basura, negras las bolsas grandes y azules las pequeñas. Rebusca con avidez, en una caja de cartón llena a rebosar de periódicos amarillentos y arrugados, un hombre con gafas de cristales gruesos y la cabeza más pelada que una bola de billar. Al lado hay dos cajas de Farias con cartas escritas a mano, postales, felicitaciones navideñas, estampas religiosas y fotografías en blanco y negro.

Un viejo vendedor con un gran bigote gris y sombrero tirolés se enciende un cigarrillo con un encendedor dorado y expulsa el humo por los dos agujeros de la nariz. Un barbudo con aros en las orejas, sudadera de los Ramones, vaqueros rotos y botas negras pregunta el precio de unos discos de Marisol y de Julio Iglesias. Una chica gótica y dos jóvenes travestidos con minifaldas, medias negras y zapatos de plataforma beben bebidas energéticas y se ríen de los títulos de algunas de las novelas negras, históricas y románticas amontonadas sobre una sábana sucia. Berrea un niño empeñado en que su padre le compre un muñeco Minion, a lo que el padre se niega rotundamente: "No ves que le falta una pierna", le dice, pero el niño no lo escucha y sigue berreando, cada vez con mayor intensidad.

Una visita al Rastro ofrece una gran variedad de estampas curiosas y de situaciones y personajes que el observador atento puede recoger

Un hombre de unos cuarenta años, con una cruz tatuada en el brazo, se tambalea entre la gente que pasa, haciendo muecas y con fuertes contorsiones. Hay tres muñecas Barbies desnudas, de las cuales una está mutilada, en el puesto de un árabe que vende también cedés, calculadoras, tomos sueltos de enciclopedia, destornilladores, plumas estilográficas, mecheros y cochecitos. Un niño rumano se prueba un casco de ‘Bobby’ y su padre lo fotografía con el móvil. Otro niño algo menor, también rumano, aporrea un bongo africano y su madre le dice que pare de una vez pero el niño no le hace ni puñetero caso. Una joven gitana da de mamar a su hijo, con un pecho fuera, a la vez que come patatas fritas de una bolsa grande de Lay’s que comparte con la que, a juzgar por el parecido entre ambas, debe ser su madre, aunque también es posible que sea su hermana mayor o su prima hermana.

"Más barato que en el Primark, oiga", dice un vendedor de bragas, calzoncillos, sujetadores, medias y calcetines al paso de una mujer que mantiene aferrado su bolso con ambas manos. Habla por el móvil, masticando chicle, una joven latinoamericana de labios abultados y larga melena negra que lleva unos pantalones blancos muy ceñidos y un jersey rosa en el que hay dos pollitos amarillos. Un chico marroquí, cargado de espaldas, bromea con un compatriota suyo que vende ramos de cilantro, de hierbabuena y de otras hierbas aromáticas. Orina un caniche en la pata de una mesa y el charco que forma la orina lo pisa un anciano que camina distraído y, tras él, una mujer de unos sesenta años con el pelo teñido de color zanahoria que calza unas deportivas naranjas de Decathlon.

Una muchacha con el móvil encajado en el escote compra, por seis euros, un conjunto de ropa interior de color rosa chicle. "Espera a que lo vea el Jonatan", le dice a la chica que la acompaña y que sonríe al oírla. Recibe un puntapié el perro que minutos antes ha orinado en la pata de una mesa plegable; el animal aúlla lastimeramente y su dueña le pregunta con voz meliflua: "¿Qué te pasa, corazón, vida mía, dile a tu mamita por qué lloras?". Una mujer a la que le ha desaparecido el monedero habla a gritos con un policía que le pide que se calme. "Haga usted el favor de calmarse", le dice, pero la mujer no puede calmarse, está al borde de una crisis de ansiedad, y el policía, con cara de circunstancias, le dice: "Que esto es el Rastro, señora, no El Corte Inglés".

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