Antes que nada,
que callen las armas

A view shows the besieged city of Mariupol
Antes que nada, que callen las armas.
ALEXANDER ERMOCHENKO

Las conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia comenzaron, curiosamente, solo cuatro días después que la invasión. 

Y han sido casi constantes, con frecuencia por medios telemáticos. Ahora entran en una nueva fase, uno quiere creer que más prometedora, con su traslado a Estambul. Las primeras reuniones fueron en una Bielorrusia hostil para los ucranianos, ya que Lukashenko es un estrecho aliado de Putin y prestó su territorio para el ataque. Turquía, en cambio, tiene visos de neutralidad, puesto que aunque pertenece a la OTAN va por libre en su política exterior y no está aplicando sanciones a Rusia. Mantiene además buenas relaciones con las dos partes. Y, por otro lado, es vecina de Ucrania y de Rusia como ribereña del mar Negro y hay que suponer que le interesa una solución rápida y razonable del conflicto. Erdogan, que ha apartado a Turquía de la senda democrática y que aspira a asentarla como potencia regional, se apunta un tanto diplomático al llevar a su casa las negociaciones, y todavía más si de Estambul saliese un alto el fuego.

La mesa que separa –y une– a ucranianos y rusos está cubierta de asuntos espinosos. La neutralidad de Ucrania –¿con qué garantías, armada o desarmada?–, la retirada de las tropas rusas de los territorios conquistados –¿total o parcial?–, el estatuto de las provincias del Donbás, el reconocimiento –o no– de la anexión de Crimea, el destino de Mariúpol... Lo primero, en todo caso, debería ser parar la guerra. Después habrá mucho que hablar, pero antes que nada, que callen las armas.

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