Por
  • Fernando Sanmartín

Lo cotidiano

La nueva ordenanza municipal de veladores de Zaragoza entró en vigor hace pocos días.
Lo cotidiano.
Oliver Duch

Tomar en una terraza soleada, tras varios días de niebla, un Martini, una cerveza o un agua mineral. 

Ir al dentista caminando por calles donde algún músico transforma la acera en escenario. Jugar a la Lotería Primitiva porque soñar con un cambio de vida cuesta solo un euro. Ir a las urgencias del hospital para que nos den una pomada, que tenemos los párpados con algo de irritación, incluso inflamados, de ver tantas series en Netflix. Dudar más allá de lo razonable sobre la camisa que nos vamos a poner un martes. Reservar mesa en un restaurante que ofrece emulsiones de trufa incomparables. Pensar si pintamos o no el piso, qué berenjenal. Acudir los sábados por la mañana, si se tienen hijos pequeños, a campos de fútbol o de baloncesto cuya existencia ni siquiera conocíamos, ignorando por completo que esos instantes son la felicidad. Decidir si este verano vamos a Cambrils o a Punta Umbría. Pasar la ITV del coche en un polígono industrial mientras el atardecer lo apacigua todo. Enfadarnos con lo superficial, por ejemplo con los gritos vikingos de varios adolescentes o con la idiotez que pronuncia un concejal. Ir a un tanatorio porque ha muerto el padre de un amigo y notar allí una calefacción exagerada. Preguntarle al charcutero que cuándo se jubila. Ver a un niño por el parque subido a una bicicleta que le acaban de comprar, tal vez porque es su cumpleaños. Cenar una pizza que nos traen a casa o leer un libro por la noche cuando el silencio se pone su mejor ‘smoking’.

Y todo eso, cuando estalla la guerra, se va por el desagüe.

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