Director de HERALDO DE ARAGÓN

¿Nuevas cuentas?

¿Nuevas cuentas?
¿Nuevas cuentas?
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El cálculo elaborado por el Gobierno de Aragón cifra en cien millones el sobreprecio de la obra pública en curso. Compensar a los contratistas por el aumento del coste de las materias primas exigirá un nuevo esfuerzo económico que deberá acometerse si no se quieren ver las grúas paradas. Los presupuestos del presente ejercicio se han quedado desfasados y urge una adaptación que corrija un incremento de los precios que pocos esperaban. Sin voluntad de elevar la carga impositiva -este es el compromiso del Ejecutivo regional-, no parece que exista otro camino (aparte de las medidas que diseñe Madrid) que el de la deuda, una arriesgada decisión que llega en coincidencia con la subida de los tipos de interés.

La realidad que describen las cuentas públicas es perfectamente trasladable al ámbito privado. A la todavía carencia de microchips se añade el elevado coste de las materias primas, la huelga del transporte (que ha sorprendido al Gobierno y a los agentes sociales), la guerra en Ucrania, el incremento de los precios de la energía (que deberá frenarse gracias a la excepción energética negociada por Pedro Sánchez ante la UE) y hasta las sobrecogedoras noticias procedentes de China que hablan del cierre de ciudades enteras ante nuevos casos de la covid. La incertidumbre, una inseparable compañera de viaje de la actividad empresarial durante estos últimos años, se suma a la larga lista de circunstancias que han convertido a la economía en una actividad intermitente carente de estabilidad.

La acumulación de factores que interrumpen o complican la actividad económica, muchos de ellos inesperados

Tras esta relación de factores, muchos de ellos inesperados, pero algunos otros fruto del descuido político, solo se descubre una enorme fragilidad. Con una severísima supeditación del exterior, España paga ahora las consecuencias de años de políticas de desindustrialización y dependencia energética. Decisiones supuestamente apoyadas en el progreso que han impedido por culpa de la soberbia reconocer los riesgos de este modelo.

Pero más de uno previsible o de fácil solución, confirma la fragilidad de España para garantizar la cadena de producción y suministro

Deslumbrados por una supuesta exigencia modernizadora, se apostó por depositar en terceros países áreas estratégicas de la actividad. Si bien la autarquía económica no deja de ser un absurdo, más controvertido resulta el reconocimiento de que los principales centros de producción que garantizan tu actividad se encuentran a miles de kilómetros de distancia y afectados, además, por una mirada geopolítica opuesta a tus intereses. Sin peso industrial, y obligados a sostenernos en una permanente subasta de suelo e incentivos a la inversión que actúan como medida de la capacidad gestora de un gobierno, todo queda al albur de la buena marcha de los tiempos. Europa, al igual que la España integrada en la UE, se ideó bajo el paraguas de la estabilidad internacional, sin tensiones ni adversidades, bajo la premisa del crecimiento constante y sin reparar en que la fricción entre bloques tensionaría las economías de las democracias liberales.

Reindustrializar apresuradamente Europa resulta ahora tan complejo como cuadrar unos presupuestos autonómicos. Convendría, en cualquier caso, plantearse dónde reside la fortaleza de la UE y cuál es la mejor manera de defender los principios que nos definen, en especial cuando hemos sacrificado buena parte de nuestra soberanía al confirmarnos dependientes en sectores estratégicos considerados clave.

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