Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

No es de ajedrez, sino de judo

No es de ajedrez, sino de judo
No es de ajedrez, sino de judo
POL

Con el trasfondo de una Rusia que siempre ha sido una potencia ajedrecista es difícil no ver la invasión de Ucrania como una partida sobre el tablero de la política internacional.

Algunos, como el expresidente Trump, han valorado el órdago lanzado por Putin como una hábil jugada, a la altura de la maestría de los históricos Kárpov y Kaspárov. Sin embargo, la brutalidad del zar del Kremlin no es propia de un ajedrecista diestro sino de un torpe aficionado que, enrabietado ante su segura derrota, agita violentamente el tablero y exige que se cambien las reglas del juego.

De un plumazo, Putin ha roto el sistema que ha venido rigiendo las relaciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial. No solo invade un país sin pretexto ni justificación alguna, rompiendo el primer principio internacional (el artículo 2.4 de la Carta de Naciones Unidas), sino que amenaza con usar armas nucleares. Hasta ahora, había movido sus peones y alfiles, habría sacrificado caballos y torres e incluso había ejecutado algún jaque, como el de apropiarse Crimea (2014). Pero ahora, rompe el tablero y exige jugar con otras instrucciones que devuelven a la Humanidad al peor siglo XX, aquel que describió Zweig: "He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura". El de Putin es un etnonacionalismo de corte imperial.

Desde que Putin llegó al Kremlin se le ha querido ver como un hábil jugador de ajedrez

En una Europa entregada a la globalización, las libertades y la paz basada en el comercio, irrumpe un viejo espía de la KGB para proclamar que la guerra sigue siendo parte de la experiencia humana, que sigue habiendo gente dispuesta a matar o morir por territorios y recursos. Su desafío va más allá de las fronteras de Ucrania. Bajo el campo de batalla late un choque de modelos políticos, una guerra en contra de la democracia y los valores de un Occidente que respeta las fronteras, la soberanía nacional y las instituciones multilaterales. Con la dictadura china como tácito aliado, pretende acabar con el sueño de un orden liberal mundial.

Es previsible que Pekín, con su prudente política exterior de larga mirada, sea uno de los jugadores geopolíticos que salgan ganando de la guerra en Ucrania. Fiel al pensamiento de Sun Tzu de que es mejor ganar sin luchar, aumentará su influencia global y exigirá un nuevo orden mundial más acorde a sus valores e intereses. Está claro que hoy ya no sería posible aprobar las reglas de 1945, que fueron impuestas por Occidente de acuerdo con los valores de Occidente. No obstante, Europa, como actor relevante, debe convencer a todos de que es mejor un mundo gobernado por el Estado de derecho que uno que no responda a ninguna regla o solo a la del más fuerte.

Es, sin embargo, un contumaz judoca, siempre
dispuesto a usar la fuerza del adversario para derribarlo

El presidente Zelinsky ya tenía claro hace tiempo que era una pieza débil en la partida. En una entrevista a ‘New Yorker’ en octubre de 2019 dijo: "Los grandes imperios han usado siempre los pequeños países para sus propios intereses, pero en esta partida de ajedrez no dejaré que Ucrania sea un peón". Los hechos han dejado claro que por su situación geográfica es solo un pivote geopolítico entre jugadores estratégicos (Rusia, la UE y Estados Unidos). Corresponde, pues, a la comunidad de democracias liberales hacerle ver a Putin el error de su maniobra. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su competencia preferida no es el ajedrez, sino el judo. Como cinturón negro de este deporte ha aprendido a usar la fuerza del adversario para derribarlo. Por ello es previsible que persista en buscar una ocasión para aumentar sus ventajas y atacar en el futuro. Dependerá de Occidente que no llegue a disponer de esa oportunidad manteniendo las sanciones económicas y el aislamiento diplomático.

Putin ha demostrado que es de esos poderosos que no renuncian a sus privilegios cuando son derrotados en la mesa de ajedrez, sino cuando caen en el tatami.

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