El gas hipócrita

En la operación fueron rescatados 600 argelinos y cuatro extranjeros.
El gas hipócrita
EFE/KJETIL ALSVIK

El Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior, Josep Borrell, dijo que un gesto de solidaridad con Ucrania era bajar la calefacción para consumir menos gas ruso.

Lo dijo tras meses de subidas récord del precio de la luz y el gas para los españoles, lo que hizo que muchos ciudadanos estuvieran peleando contra el invasor sin saberlo e incluso antes de que empezara la ofensiva; la pobreza energética como nuevo batallón. A estas barricadas caloríficas se sumó Ana Botín, que afirmó tener la calefacción en casa a 17 grados. Borrell gana de 315.000 euros al año; Botín, 12 millones. Y ante esta desfachatez de frase, el político europeo tuvo que explicar que él no se refería a los españoles porque aquí no llega gas ruso sino de otra parte. Es un alivio: con estos precios, muchos seguirán sin subir la calefacción pero al menos no soportarán la pérdida de vidas ucranianas por ducharse. La duda es saber de dónde nos llega el gas a los españoles como para que esté justificado que el que pueda le dé a todo trapo a la manivela. Pues bien, ese país es Argelia. Y, echando un ojo a Amnistía Internacional, se entiende que a Borrell no le parecería mal ampliar los beneficios de un país donde se expulsa masiva y arbitrariamente a inmigrantes, tiene pena de muerte, no cumple las normas internacionales sobre libertad de expresión y de reunión, y carece de independencia judicial, entre otras lindezas.

Le sigue, tras Estados Unidos (¡ejem!), Nigeria, a la que España mantiene como tercer país importador de gas. Allí, y también según el análisis de Amnistía Internacional, se suceden los crímenes de guerra y de lesa humanidad. La reclusión de personas en condiciones inhumanas, las torturas o la vulneración de la libertad de expresión y de asociación, son otras de las características de este país que nos nutre de gas sin, por lo visto, necesidad de solidaridad y sin dilemas éticos.

Un panorama que nos alerta de la hipocresía de una Europa que no se encuentra a sí misma y que protege sus intereses aplicando una miopía que coloca la defensa de los derechos humanos en varas de medir aberrantes. Necesitaremos gas, petróleo, minerales… y esa dependencia nos convierte y convertirá en cómplices. Al menos deberíamos evitar estos cantos de amor hipócritas y en beneficio propio.

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