Se baja de los escenarios el músico aragonés que más predicamento internacional ha logrado en la historia. 

Y se va porque se ha roto aquello que más le ha distinguido en el rock en español: su voz; irritante para algunos por su afectación, pero sobresaliente en un país donde pocos intérpretes de música popular, contadísimos (Eva Amaral, también zaragozana, es otra de las felices excepciones), han tenido esas capacidades, esa personalidad y esa sabiduría manejando el instrumento.

Enrique Bunbury ha dado varias espantadas en su larga carrera de casi 40 años y unos 1.500 conciertos, atribuidas tanto a la fragilidad de una garganta sometida a demasiado esfuerzo como a posibles episodios de miedo escénico. Hubo incluso una retirada anterior, allá por 2005, que se justificó por agotamiento, que se anunció como indefinida y acabó solo 15 meses después con un regreso por todo lo alto, en el Liceo barcelonés, presentando un disco al alimón con Nacho Vegas. Un año después, en otoño de 2007, volvía a girar con Héroes del Silencio en España y América en la reunificación temporal del grupo, siempre ante multitudes, para luego retomar sus trabajos en solitario con igualmente mucha aceptación. Y hasta ahora.

El anuncio que se divulgó ayer es otra cosa. Bunbury habla expresamente de que sufre al cantar y de que ha meditado largamente esta retirada. Seguirá componiendo y grabando música, además de pintar y escribir poesía, dice, pero mal tiene que estar si renuncia a actuar alguien que ha cimentado su trayectoria, junto a sus habilidades vocales, en su poderío escénico. Y que va a abandonar, además, tras tantos meses clamando por la vuelta a los directos sin las restricciones sanitarias de la pandemia (y coqueteando con el negacionismo), justamente cuando las cosas comienzan a normalizarse y van cayendo las limitaciones. El festival Vive Latino del próximo septiembre en Zaragoza será una de las últimas ocasiones de disfrutar con su música en vivo, y la última en casa.