Por
  • José Tudela Aranda

España y América

España y América
España y América
Pixabay

Distintos episodios, entre los que destacan reiteradas declaraciones del presidente mexicano, han puesto de actualidad nuestra relación con la comunidad iberoamericana y, especialmente, la lectura de la conquista y colonización. 

La actualidad de esta fase de nuestra historia es una novedad. Cuando hace unos diez años, un buen amigo mexicano me preguntó qué opinaban los jóvenes españoles de Hernán Cortés, le contesté que nada porque la inmensa mayoría desconocía su figura. Creo que esa respuesta sigue teniendo validez. España, salvo alguna retórica secundaria, ha vivido al margen de este proceso histórico.

La conquista y colonización de América es un hito esencial para nuestro país no sólo en términos históricos. También para comprender su ser contemporáneo. Siempre he considerado acertado ese dicho apócrifo de que ‘quien no conoce América no conoce España’. Es imposible que el viajero que ha recorrido 12.000 kilómetros no se estremezca al sentir inmediatas complicidades, desde la lengua al urbanismo o el humor. Porque el episodio histórico que comentamos tiene una singularidad fundamental: supone el nacimiento de una nueva civilización. Una civilización que tiene al mestizaje como presupuesto esencial. Mestizaje del que no se encontrará una mínima huella en posteriores procesos colonizadores. No es sólo de un mestizaje racial. Es un auténtico mestizaje cultural. Un mestizaje que cualquier visitante de Lima, Quito o Distrito Federal, siente sin necesidad de que se le explique. Dos culturas asoman aquí y allí. En ocasiones, se expresan de forma individualizada; otras muchas, en un sincretismo fascinante. Sincretismo que no es sino el resultado de la simbiosis entre dos culturas poderosas que chocaron y se mezclaron.

Las naciones americanas y la española son lo que son porque un día unos centenares de iluminados se lanzaron a una aventura imposible

Negar que durante la conquista y posterior colonización se cometieron barbaridades y crímenes varios sería absurdo. Como lo es negar que los imperios que precedieron a los hombres de Cortés y Pizarro se impusieron sobre otros pueblos con una violencia cuando menos similar. Como también lo sería negar que algunas de las acciones más brutales contra los pueblos originarios tuvieron lugar tras los procesos de independencia. Todo ello merece condena. No se trata de exculpar unos hechos históricos que merecen un juicio severo. Pero ese juicio demanda tener en consideración un proceso histórico completo y hacerlo en su delicada complejidad. Y exige ponderarlo con cuanto hubo de aportación, comenzando por unas leyes de Indias que muchos consideran origen de nuestra actual consideración de los derechos humanos.

Sea cual sea el lado de la balanza que cada uno elija, la visión que prime, la realidad que hoy nadie puede destruir es la existencia de una comunidad cultural e histórica que nos enriquece a todos. España, en particular, no puede renunciar a aquello que es, posiblemente, su bien más preciado. La historia está escrita. Hágase todo lo preciso para favorecer lecturas conjuntas. Pero, sobre todo, es preciso fortalecer los lazos con una comunidad con la que compartimos mucho más de lo que pueda separar. Sólo el recuerdo del exilio es suficiente para dar cabal cuenta de cuál es el significado para un español de países como, ejemplo paradigmático, México. También para comprender cuál es el valor de un intercambio intelectual sólo posible por ese pasado común.

Una lengua común que refleja siglos de historia y afectos compartidos sintetiza una riqueza irrenunciable

Todo el ruido de estos últimos meses debiera servir para que este país se replantee la importancia de poder formar parte de una comunidad de naciones que comparten historia, cultura y lengua. Volver a la historia es siempre necesario. Cada mirada incorpora nuevos valores que enriquecen el juicio siempre que no oculten los condicionantes propios de cada momento histórico ni se limite a poner encima de la mesa sólo aquello que de negativo hubo. España y las distintas naciones americanas son lo que son porque un día unos centenares de iluminados se lanzaron a una aventura imposible. Una lengua común que refleja siglos de historia y afectos compartidos sintetiza una riqueza a la que nadie puede renunciar.

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