Por
  • Pablo Guerrero Vázquez

Realidad y ficción

Pleno del Congreso de los Diputados
Realidad y ficción
J. J. Guillén

Entre las elecciones castellanoleonesas y las intrigas palaciegas de Génova, 13, ya nadie se acuerda de que hace unos días un diputado popular fue determinante para convalidar la reforma laboral

A la velocidad a la que se suceden los acontecimientos, poco importa saber quién tenía razón: si el diputado, que quiso rectificar el sentido de su voto una vez emitido éste telemáticamente desde su casa; o la presidenta de la Cámara que, apoyada por los servicios jurídicos, se lo impidió. Tal disyuntiva la dirimirá el Tribunal Constitucional cuando el asunto todavía importe menos que ahora.

A estas alturas solo cabe abordar algún problema teórico que plantea el voto electrónico. Y es que el desatino del señor Casero ha evidenciado una vez más que el Parlamento dista mucho de ser lo que, dicen, fue una vez: un foro de diálogo racional y sosegado. Si admitimos que el diputado emita su voto con anterioridad a que se debata un asunto en la Cámara, ¿qué espacio queda para que, fruto del intercambio de pareceres, cambie la opinión del adversario?

Con ello no quiere decirse que hoy el Parlamento sea superfluo. Su utilidad es otra, pero esta columna toca a su fin. Sirva este apunte, tan solo, para subrayar que la generalización del voto virtual, más allá de supuestos muy excepcionales, no haría sino socavar el mito del Parlamento como espacio para el debate constructivo. Y pese a ser tan solo eso, un mito, ya nos enseñó Cervantes que la ficción puede ser mucho más placentera que la realidad.

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