Por
  • Mariano Gállego Palacios

Alejandra y Alba, simple y genial

Alejandra y Alba, simple y genial
Alejandra y Alba, simple y genial
Heraldo

Las reflexiones de dos mujeres publicadas en este periódico me han reconciliado esta semana con la humanidad.

Por mucho que las circunstancias en las que se halla actualmente este convulso mundo no inviten al optimismo y se empecinen en ofuscar nuestras expectativas, afortunadamente las posibilidades de ser feliz las tenemos aquí cerca, en nuestro propio entorno, lejos de conflictos internacionales o políticos, y depende de cada uno en buena parte que las podamos desarrollar.

Como nos recuerda Alejandra Cortés, que es desde hace unos días la primera catedrática del Departamento de Ciencias de la Educación de la Facultad de Educación de Zaragoza, "compartir es vivir". Lo dice para sintetizar poéticamente su agradecimiento a todos los que la han acompañado en su progresión profesional, pero se puede aplicar a otros aspectos de nuestra existencia. Resume Cortés a renglón seguido la esencia de su vocación: "Educar es dejar huella, no cicatrices". Toda una declaración de intenciones que eleva el listón de los educadores y nos induce a todos a recordar qué maestros marcaron nuestra formación, cuáles guiaron con empatía y sabiduría nuestro camino y quiénes solamente nos infligieron desánimo, pesar y algún cate, en las dos acepciones de esta palabra. Sin acritud, pero yo guardo una buena retahíla de estos últimos y apenas un puñado de los primeros.

Aunque hay maestros de la vida que con solo 19 años también te pueden dejar una lección a la par honda y sencilla. Me refiero a Alba Lagares, la única vecina joven de Montoro de Mezquita –donde viven tres familias– y agitadora cultural de este pueblecito turolense, ante la que me descubro fascinado. "No sé si faltan servicios o gente amable e implicada", sostiene Alba distanciándose de otros mensajes victimistas. "La ciudad me agobia bastante, con todo el tráfico, tanta gente, tantos muros. Todo eso me causa estrés e incomodidad. En Montoro, me despierto por la mañana, abro la ventana, miro el monte y estoy mejor. Me siento más libre". Simple y genial.

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