Redactor de HERALDO DE ARAGÓN en la sección de Deportes

Burradas sin nombre

Burradas sin nombre
Burradas sin nombre
Pixabay

Estoy en contra de la cultura de la cancelación. 

Ya saben, ese ardor por relegar al ostracismo a algún pseudofamoso que en su día dijo algo completamente inaceptable. Se ha vuelto una práctica habitual rescatar tuits desafortunados y poner una cruz sobre sus autores –Beatriz Cepeda, alias Perra de Satán, del podcast ‘Puedo hablar’ es el último caso–, si bien es cierto que últimamente esta cultura de la cancelación dura cinco o diez minutos.

Estar en contra no quita para que, incluso aceptando perdones y creyendo redenciones, piense que se ha de ser muy torpe para faltar al respeto al personal, dejarlo por escrito y luego ir por ahí dando lecciones de tolerancia y humanidad.

La justificación genérica es que aquel tuit faltón o ese chiste sin gracia sólo se hizo para llamar la atención y con el único propósito de conseguir ‘likes’, el desiderátum de nuestro tiempo. Argumentan que eran tuits de 2014, como si aquello fuera la prehistoria, y se hubieran sucedido diluvios, extinciones y ‘bigbanes’ desde entonces.

Me hice Twitter en agosto de 2010 y, créanme, en este tiempo no he tenido tentaciones de escribir mensajes racistas, homófobos, sexistas, ni –en general– lanzar ataques contra ninguna minoría. Nunca he creído que las redes sociales estén para insultar, hacer ‘bullying’ o machacar al oprimido. En el fondo, los ‘cancelados’ sufren una desgracia mucho mayor que la de ser temporalmente excluidos y no es otra sino la de haber tenido que recurrir a construir su autoestima y su personalidad a costa de la de los demás. 

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