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  • Ángel Garcés Sanagustín

Los ‘georginos’

Georgina Rodríguez en una escena del documental paseando por Jaca.
Los 'georginos'
Netflix

Si preguntas por algunos ilustres personajes a un sector de la población con presunto interés por la cultura, te puedes encontrar con algunas sorpresas sobre lo primero y, a veces, lo único que recuerdan de ellos. 

Muchos se limitan a comentar que Larra se suicidó y a García Lorca lo mataron. Homero y Borges eran ciegos. Goya y Beethoven se quedaron sordos. Cervantes terminó manco y Quevedo era cojo. Paco Umbral fue el que dijo aquello de "he venido a hablar de mi libro" y José Antonio Labordeta mandó "a la mierda" a la mayoría del Congreso. Miguel, dirán los más culturizados, era su hermano. En fin, sobre los trastornos mentales atribuidos a algunos genios universales, mejor no hablar.

Hace más de una década, cuando la muerte de José Antonio Labordeta produjo el lógico impacto en la sociedad aragonesa, fueron muchos los que, a través de los medios de comunicación, solicitaron que hubiera un reconocimiento público a la obra y a la trayectoria vital del polifacético cantautor. Y, como consecuencia de esa legítima reivindicación, se ha dado su nombre a espacios públicos.

Sin embargo, me sorprendió una de las peticiones que leí. Alguien se mostraba muy enojado porque, según él, el auditorio de Zaragoza llevaba el nombre de Mozart y exigía que se sustituyera por el de Labordeta. También era curioso su razonamiento. Decía literalmente: "¿Qué ha hecho Mozart por Aragón?".

Habría que recordar que el auditorio de Zaragoza no lleva el nombre del genial compositor austriaco, sino una de sus salas. Sobre el razonamiento del sandio, podría elaborar una larga disertación sobre la universalidad de los genios y el aldeanismo de los zoquetes, pero no merece la pena. El burro nunca se apea del burro.

Todo esto viene a cuento de algo que viene pasando con asiduidad últimamente. Cuando algunos jaqueses comentan su origen, son muchos los interlocutores que les responden: "Anda, como Georgina". Sin desmerecer los logros de la ‘influencer’, y agradeciéndole sus desvelos por divulgar los encantos de nuestra tierra, me parece oportuno recordar algunas cuestiones que empiezan a ser olvidadas.

Georgina Rodríguez cuenta con más de 32 millones de seguidores en una popular red social. Irene Vallejo llega a la nada desdeñable cifra de 43.000

Jaca puede considerarse la primera capital del Reino de Aragón y, simbólica e hiperbólicamente, de la Segunda República. Hace casi un milenio, Sancho Ramírez le otorgó un fuero, que sería replicado por otras ciudades, y que implicaba el reconocimiento de unas inusuales libertades para la época, destinadas a propiciar la repoblación de ese pequeño territorio. Siglos después, aquel diminuto reino, en compañía de los otros reinos y condados que conformaban la Corona de Aragón, conseguiría que su señal real ondeara durante décadas en el Partenón.

También, hace casi mil años, en esa pequeña ciudad se construyó la primera catedral del románico pleno de la península Ibérica. El errante escritor holandés Cees Nooteboom, que ha sido propuesto como candidato al premio Nobel reiteradas veces, la considera uno de los lugares más mágicos del camino de Santiago y uno de los preferidos de su vida.

Su ciudadela –una fortificación de planta pentagonal, que fue construida por iniciativa de Felipe II– se encuentra en un perfecto estado de conservación. Pasear por su glacis permite divisar el majestuoso pico Collarada y el hogareño monte Oroel.

Los ‘ireneístas’
somos una minoría. ‘Inmensa’, diría el poeta. Aunque, en realidad, ‘intrascendente’

Y qué decir de los cursos de verano de español para extranjeros, que instituyó la Universidad de Zaragoza, gracias al tesón del cheso Domingo Miral, cuando no existía ninguna experiencia similar en España. En los años treinta, acudieron a su llamada, entre otros, Ortega y Gasset, Unamuno, García Lorca y Menéndez Pidal.

Georgina Rodríguez cuenta con más de treinta y dos millones de seguidores en una popular red social. Irene Vallejo llega a la nada desdeñable cifra de cuarenta y tres mil. Sin lugar a dudas, vivimos en la época de los ‘georginos’. Los ‘ireneístas’ somos una evidente minoría. ‘Inmensa’, diría el poeta. Aunque, en realidad, ‘intrascendente’. Como siempre.

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