Por
  • Ana Alcolea

Silencios

Una bandada de grullas sobrevuela la laguna de Gallocanta a la altura de Bello
Silencios
Laura Uranga

Cada vez valoro más los silencios. 

Sin ellos, no existiría la música. Tampoco los caminos que va trazando, caprichosa, la vida. Hace unos días paseé por primera vez junto a la laguna de Gallocanta. El nombre del pueblo y de la laguna contiene el sonido de la canción de un ave de corral. No son estos los pájaros que paran en la laguna dos veces cada año para reposar en sus viajes desde el norte al sur, y desde el sur al norte del mundo. Hacen su escala en este rincón sereno y quieto de Aragón como los aviones paran en aeropuertos intermedios para repostar o para cambiar de pasajeros. El silencio de la laguna apenas se rompe con los gritos de las grullas, convertidos en murmullos cuando llegan hasta nuestros oídos de caminantes domingueros. Pero no siempre los ruidos que nos rodean se transforman en susurros. A menudo, los algoritmos misteriosos que rigen nuestras vidas virtuales chillan callados en nuestras pantallas, y nos lancean con publicidad sobre temas que el ruido sospecha que pueden interesarle a alguno de nuestros múltiples perfiles. Por eso me llegan noticias de festivales que un día fueron musicales, de audífonos o de gastronomía. Las páginas de un periódico de papel suenan y acompañan la lectura pausada como la orquesta acompaña al solista. Pero cada vez es más difícil leer la prensa en papel: los quioscos desaparecen, los antiguos ritos se extinguen y se diluyen en medio del ruido que penetra en nosotros discreto y afilado como una navaja al amanecer.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión