Facebook, Whatsapp and Instagram logos are displayed through broken glass in this illustration
Intimidad.
DADO RUVIC

Hay quienes exhiben sus vergüenzas en público como si de activistas de Femen o de PETA se tratara, pero sin motivos ideológicos: sólo por el gusto de mostrarlas. 

Son, por ejemplo, esos que en las redes sociales se fotografían en la cama del hospital y te enseñan la pierna o el pie recién operados, llenos de vendas o apósitos que apenas ocultan el paisaje después de la batalla del quirófano. Les debe de parecer de gran relevancia para quienes los siguen en Facebook o Instagram. Hay otros que te cuentan las veces que van al baño, el color de sus deposiciones o si han desayunado zumo de naranja o unas tostadas con aceite, lo que también suponen que será de enorme interés para sus muchos ‘followers’, que querrán saberlo todo de esos ‘instagrammer’ que, si consiguen fidelizarlos, pueden acabar convirtiéndose en ‘influencers’ y viviendo del cuento. Hay, en fin, unos pocos, los más populares, que nos cuentan su vida y sus miserias por dinero, porque las cadenas de televisión saben muy bien que, como cantó ya Nacha Guevara, hay a quienes les fascina el olor de la mierda. Y así se inventan psicodramas folclóricos en los que Rocío Carrasco cuenta su relación con su hija Rocío Flores y la paliza que le dio ésta; o ese gran hombre que es Julián Muñoz nos relata sus amoríos, venturas y desventuras con la famosa tonadillera. Deberíamos estar obligados por ley a preservar nuestras parcelas de intimidad, a recuperar y valorar el sentido del pudor y la discreción, y a sacar nuestra basura a los contenedores y evitar exhibirla para que no la huelan los vecinos.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión