La gran pregunta

Un guardia de seguridad intenta evitar que se fotografíe el Instituto Virológico de Wuhan, en la ciudad china homónima.
La gran pregunta.
ROMAN PILIPEY/EFE

Hace ya tiempo que el ser humano no quiere hacerse preguntas importantes. 

Evitamos hablar de la muerte, no queremos saber nada del más allá y nos conformamos con frases sentimentales cuando nos toca el problema de cerca. Esto quizá sea demasiado elevado. Un peldaño más abajo tampoco nos esforzamos mucho por enterarnos de cómo va el mundo que más sufre y de si se sigue muriendo la gente de hambre en algún lugar. Parece que no nos interesa demasiado cómo evoluciona esa parte de la humanidad. Sí que estamos ‘concienciados y sensibilizados con el planeta’, un buenismo amanerado e inútil en el que chapotea una conciencia colectiva edulcorada. Todo esto puede entenderse como parte de un proceso de idiotización colectiva orientada al consumo y a ciertos cambios de los modelos de producción. Cuatro listos ‘hechos a sí mismos’ y los fondos de inversión a los que sirven acaparan cada vez más riqueza con sus empresas tecnológicas mientras emiten profecías interesadas y un variado repertorio de frases mesiánicas. Es también entendible hasta cierto punto. Sin embargo, la gran pregunta del momento es obvia: ¿de dónde ha salido el virus que originó la pandemia? ¿Tendremos derecho a saberlo? Veo que el interés por saberlo es bajo y que la opción del laboratorio es más de derechas y la del murciélago más de izquierdas. No podemos ser más tontos. Mientras tanto, mascarilla en exteriores que no sirve para nada y a cumplir órdenes. Enhorabuena a los premiados.

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