Giros.
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La víspera de San Sebastián fumaste tu último cigarrillo sin ser consciente de ello, porque no pensabas dejar de fumar. 

No habías hecho propósitos de Año Nuevo. Pero las cosas son así. De alguna forma había que darle un giro a un año torcido desde su comienzo. A veces, cuando las alegrías son pocas, cuando el mayor reto no pasa de ir bandeando el temporal, una energía inusual sale a flote como un géiser repentino.

Dejar de fumar era una buena manera de romper la monotonía. Durante el confinamiento, lo recuerdas bien aunque parezca que fue hace mil años, hacías gimnasia frente al televisor todos los días. Al entrenador, tan majo él, no lo recuerdas casi, pero recuerdas la sensación de haber hecho algo meritorio. La memoria, dice Juan José Millás, no vive dentro de nosotros, sino que somos nosotros quienes vivimos dentro de la memoria. Algunas habitaciones de la memoria conviene tenerlas clausuradas. Mejor no recordar según qué cosas de nuestros pasados.

Te miras al espejo después de tres días sin fumar. Has roto la monotonía y estás horrible, la verdad. Tiene su gracia, después de todo. Esa noche tienes pesadillas que no te asustan porque sabes que estás soñando. Te ves como la protagonista de “Persuasión”, la novela póstuma de Jane Austen. En tu caso, algo no va bien y la segunda oportunidad nunca llega. Por la mañana, después de un café más cargado de lo habitual, te sorprendes dirigiéndote a buscar un cigarrillo. Resistes la tentación con algo de chulería. Te giras hacia el tendido, como haciendo un molinete ante un morlaco de quinientos kilos.

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