La fábula del canal

El Canal Imperial en una foto de archivo.
La fábula del canal.
HA

Salí del centro de salud, en un barrio lejano e ignoto, y decidí volver paseando. 

Me animó a ello el panorama que componían el Canal Imperial, ceñido de verdor, el Tercer Cinturón, transitado por motas de metal que reflejaban el sol vespertino, y la estepa, que se extendía hasta el encrespado horizonte característico del entorno zaragozano. La vacunación nos está llevando a lugares maravillosos. Ya anhelo el que conoceré gracias a la próxima dosis.

Al principio, la senda era terrosa y sin urbanizar, lo que me hizo tener la impresión de estar en plena naturaleza, una sensación que se mantuvo cuando la ruta se adentró en la ciudad. Me dejé seducir por el hábitat del canal, con sus plataneros, álamos y chopos erguidos sobre un lecho continuo de carrizos y juncos. Si bien, mis ojos de urbanita se fijaron con más curiosidad y deleite en la fauna, en las vivarachas ratas de agua, o en los ánades de cuello verde que dormitaban en las orillas, el espacio más concurrido.

De hecho, solo vi bañarse a un par de pollas de agua que metían sus cabezas en el turbio elemento para pescar. E iba a retirar mi mirada de ellas, cuando, de repente, una empezó a aletear enérgicamente, cabeza y cuello bajo el agua, como si algo le impidiera incorporarse y tomar aire. Las salpicaduras de lo que parecía una lucha a muerte llegaron a mojarme el rostro. Eternos segundos después, el ave se zafó y siguió nadando, como si nada. Al instante, una culebra ocre de un metro y medio salió del agua, justo debajo de donde yo estaba, y se internó en la maleza con toda la parsimonia del mundo.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión