Un año inolvidable

Un año inolvidable.
Un año inolvidable.
Pixabay

Mañana termina este año 2021. 

Doce meses con sus trescientos sesenta y cinco días que muchos querrán olvidar y otros tendremos marcados siempre en el corazón. En esto, como en todo, las experiencias son tantas como personas: para algunos un año más, para otros inolvidable. No solo por la pandemia, por los confinamientos, por las restricciones, por las políticas arbitrarias o por las incontables contrariedades traídas por el virus de Wuhan. Hay asuntos mucho más importantes.

Los días se han sucedido salpicando el calendario de acontecimientos. Los grandes quedan para los anales de la historia; los pequeños son personales y, por lo general, invisibles para los demás. El abanico se abre desde el nacer al morir, del reír al llorar, del casarse al separarse, del gozar al sufrir, de la salud a la enfermedad, trenzando contrarios como opuestos que mueven el mundo. En eso no hay nada nuevo, ni habrá nada nuevo bajo el Sol en 2022. Por mucho que lleguen inventos, cambios tecnológicos e innovaciones de cualquier índole, en lo esencial, en lo más humano, seguiremos siendo mortales y limitados. Seguiremos necesitando entender por qué vivir y para qué seguir respirando.

Para cada uno de nosotros, el año que mañana termina será inolvidable por unas
u otras razones

Esto es así porque somos algo más que meras máquinas biológicamente organizadas. No basta con tener un cerebro y alimentar las células que reproducen esquemas trazados genéticamente. El sentido y la conciencia siguen siendo una tarea inacabada, singular –individual a la vez que compartida– en un marco construido donde se definen los límites del mundo. Ahí interpretamos lo que somos con las palabras prestadas por nuestros mayores, domesticadas día a día y conquistadas con los demás. Así se traba la argamasa del sentido, combinando la sucesión de lunas y estaciones en el calendario donde se fijan los hitos socialmente relevantes. Son momentos marcados en la memoria para olvidar aquello que no se quiere recordar y consolidar lo que ha de tener su sitio en nuestra vida. Somos con otros y somos en el tiempo, eso que se esfuma segundo a segundo.

Este año que termina comenzó dejando tras de sí la estela nefasta del bisiesto 2020. No queríamos que los problemas, los miedos y la incertidumbre fueran a más. Deseábamos un año mejor. Ahora es posible comparar y, de nuevo, los sueños y las derrotas se narran en función de la experiencia. Ahí es donde la cadencia de noches y días se ha desplegado a su ritmo y sin piedad. No puede haberla. No se le puede pedir a la noche que deje brillar al Sol. Ni a un virus que no se aproveche de su huésped. Pero sí cabe un contrapunto cuando se busca la respuesta al porqué y al para qué. Ese es el terreno donde solo caben las apuestas.

A cada quien le toca pensar y decidir. ¡O no!, porque en esta sociedad de las pantallas, del consumo, de la opulencia, del espectáculo, de la vigilancia –¡de como se quiera llamar!–, es más fácil dejarse llevar como agua que baja por un arroyo, se hace río y llega al mar. Es más cómodo ser masa, fluir… quizá porque, como esas aguas, somos incapaces de escribir radicalmente el guion de la propia vida. Solo nos cabe narrar e interpretar los afanes, las melodías y contratiempos que nos llegan por el hecho de respirar.

Lo que de verdad importa casi nunca es lo más evidente, porque los seres humanos
no somos simples máquinas biológicas

Ahora tenemos la perspectiva del año que termina. A los libros de historia pasarán un retahíla de sucesos y sucedidos. La mayor parte quedan lejos de la trama de lo que de verdad importa. Esa urdimbre de sentimientos está tejida de instantes dispares, de personas que nos han llenado de emociones las alforjas. Cada quien sabrá cuánta belleza y bondad han traído, cuánto amor y verdad han dejado en su corazón.

Este 2021 es y será inolvidable por muchas razones, por muchas ausencias que dejan un enorme vacío. En mi caso, han pasado a mejor vida personas muy queridas, más que en décadas pasadas. Posiblemente porque los años no perdonan y cada vez el contador de edad está más lejos del principio. Sin embargo, pese a que nuestros seres queridos ya no estén en carne y hueso, siguen acompañando desde lo más hondo del espíritu donde hacen inolvidables las horas y los días. Nos toca construir el 2022 y no olvidar este 2021.

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